jueves, 30 de enero de 2014

Cuestión de olas

Soy mal enfermo y ayer salí a comprar el pan enfrente de casa. Me hizo gracia ver los titulares sobre la misma noticia de los dos diarios locales. El Diario de Navarra decía: "Una ola de seis metros se echa sobre San Sebastián";  por su parte, el Diario de noticias señalaba: "Una ola de ocho metros inunda San Sebastián". Estos dos no consiguen ponerse de acuerdo ni en quien tiene las olas más grandes.
Pero, ¿y si la ola, en vez de seis o de ocho, hubiera tenido realmente siete? ¿Y quién fue el héroe que se subió a medirlas? Puestos a interpretar un asunto tan importante, se me ocurre que los dos periódicos sufren de un exceso de coherencia. El Diario de Navarra es un periódico asentado, tradicional, de orientación conservadora y con poca simpatía por lo extraordinario. Sólo se le ve el ardor guerrero cuando se centra en Navarra: "El espárrago más grande del mundo se recogió en Tudela" o "El meteorito X no caerá en Pamplona". Cosas así. Por las mismas razones, para no alarmar a sus lectores, habrán bajado el nivel de la ola, no vaya a ser que el tsunami vasco cruce la autovia y llegue hasta Pamplona.
El Diario de noticias es el periódico alternativo, de izquierda y vasquista. Lo extraordinario es su forma ordinaria de informar porque sus lectores viven en estado de perpetua ansiedad por culpa de esta pregunta inconfesada: ¿Cuándo Navarra formará parte de Euskal Herría? Por eso mismo, sus titulares son mucho más excitantes: "Barcina impone su voz a los derechos de las minorías" (es una votación parlamentaria, no un golpe de estado) o bien, "Barack Obama habla de un antepasado suyo de Irún en la ONU" (esto, antes de lo de las escuchas) . Vistas las noticias desde esta altura, no extraña que las olas, en San Sebastián, sean de ocho metros.

miércoles, 29 de enero de 2014

El discurso de las medallas de plata

Veinticinco años ya. Cuando cumples un cuarto de siglo como empleado de la Universidad de Navarra, se te distingue con un acto en el que se lee una semblanza de cada uno de los trabajadores y se te entrega una medalla de plata conmemorativa. Es un detalle bonito por parte de una empresa muy cercana a todos nosotros. Además, uno, como es un poco infantil, esperaba con cierta ilusión que le tocase un año de estos. Lo que no esperaba es que me encargasen que escribiera y pronunciara el discurso final en nombre de todos mis compañeros. Fui al acto con un poco de fiebre y acompañado de toda la familia en formación de columna.
A la salida, entre la gente que daba y recibía parabienes, me esperaban mis cinco hijos en rarísima unanimidad: estaban felices al mismo tiempo y se echaron sobre mí. Esto no pasaba, por lo menos, desde que el mayor tenía ocho o nueve años, y ya ha llovido. Total: que esa felicitación me supo a gloria. Y las otras que vinieron, miel sobre hojuelas.

A continuación, para el que tenga paciencia, incluyo mi discurso de agradecimiento en nombre de todos los empleados homenajeados:



Excmo. Sr. Rector Magnífico, queridos compañeros, familiares y amigos:


Veinte años no es nada, dice, un poco mentirosamente, el tango. En realidad, ya son bastantes y más aún, otros cinco, que son los que hemos cumplido dentro de esta empresa íntimamente nuestra, porque forma parte entrañable de nuestra vida. En los minutos que siguen, les invito a que detengamos los relojes y hagamos un pequeño viaje en el tiempo desde que llegamos a trabajar aquí por primera vez. Empecemos en el año 1989, punto de encuentro con el cuarto de siglo que conmemoramos hoy. En la madrugada del 9 de noviembre el muro de Berlín se desplomó. A esa misma hora, alguien, uno de nosotros, empezaba animoso su turno de noche en la Clínica. Dos años más tarde, 2 de agosto de 1991: en medio de una calma veraniega sin noticias, el ejército de Sadam Hussein invadió Kuwait; muy lejos de allí, en el campus los surtidores silenciosos empezaron a regar con su agua generosa. Alguien, uno de nosotros, cuidó de que así fuera. 16 de mayo de 1995: una muchedumbre de admiradores desfilaba por la capilla ardiente de la cantante Lola Flores en Madrid. En esos instantes, alguien, uno de nosotros, atendió con una sonrisa a unos alumnos desde detrás del mostrador. El tiempo pasó, pasaron las hojas del calendario, siguieron pasando a nuestro lado las noticias de la Historia. 5 de julio de 1996: la ovejita Dolly fue clonada en medio de ovaciones mundiales; entretanto, a esas mismas horas, alguien, uno de nosotros, revisaba minucioso la corrección de una cita bibliográfica, ese número de página que añadir o aquel comentario que abreviar. Y siguió corriendo la red barredera del tiempo, y siguió llevándose las noticias, una detrás de otra. Año 2003: en los calientes meses del Prestige y las guerras de oriente, cuando Letizia Ortiz cambió de lado en los telediarios, alguien, uno de nosotros, ayudó a salvar unas cuantas vidas desde su despacho médico.
Jueves, 30 de octubre 2008: la Historia con mayúsculas, que había estado corriendo todos estos años a nuestro lado, invadió el campus con su cara más horrible. Poco antes de las once de la mañana, una bomba de odio explotó en el edificio Central y nadie salió herido de gravedad. En los meses siguientes, casi tan milagroso como aquello fue comprobar que se continuó trabajando como si nada hubiera sucedido. Todos nosotros insistimos en lo nuestro: atendiendo estudiantes, contestando correos, visitando enfermos, catalogando libros, publicando artículos, limpiando quirófanos, operando pacientes, tramitando documentos, presentando proyectos, poniendo inyecciones, suscribiéndose a revistas, cuidando edificios, rellenando papeles, dirigiendo tesis, defendiendo tesis, firmando expedientes... Y así, a fin de cuentas, en medio del rutinario rún run de nuestro quehacer fuimos entendiendo que todo lo que pasa, pasa afuera, pero todo lo que queda es lo que podemos hacer dentro de nuestra universidad. La Historia cambia, pero los principios permanecen. No de otra manera ha discurrido el trabajo de todos nosotros: tan silencioso y constante como los surtidores del campus. A lo largo de veinticinco años, mientras el mundo se transformaba a cada instante con ruido, furia y noticias, en nuestra universidad se trabajaba, quasi in occulto, confiados en lo pequeño, porque en el cuidado de las cosas pequeñas (así lo íbamos aprendiendo) se esconde lo hermoso y lo importante. Por eso, haber trabajado aquí ha sido un privilegio. En esta Universidad se nos ha demostrado a todos que lo verdaderamente valioso de nuestra actividad está en el servicio a los demás, sin que cuente el tamaño, grande o pequeño, de nuestros deberes.
Dice Shakespeare en El mercader de Venecia: "La misericordia es como la plácida lluvia del cielo que cae sobre un campo y la fecunda. La gracia del don bendice a quien da y a quien recibe". Uno siente que habla por los demás si digo que nos sentimos hondamente honrados por este don, en otras palabras, el reconocimiento público que se nos hace; pero, a la vez, es de justicia proclamar que con este gesto hacia nosotros la Universidad de Navarra se ennoblece y, fiel a sí misma, nos enseña todavía más. Ella, al habernos dado ejemplo cada día, retorna más amable a nuestros ojos. Esta es, pues, la lección que hoy se nos ofrece: la gracia del don también recae en el que da. En efecto, tanto se nos ha regalado en estos 25 años, que sobre la Universidad que nos ha acogido vuelve ahora, de nuevo, la gracia del don y vuelven ahora los aplausos.

Muchas gracias.

viernes, 17 de enero de 2014

Mis cinco mejores novelas de 2013

Esta entrada llega con retraso, pero en los últimos tiempos la marathon de comilonas y cenorras navideñas me ha debido de embotar el seso. En fin.

Intemperie (Seix Barral) de Jesús Carrasco. Lo que tenía que decir de esta novela impresionante lo dije aquí.

El viajero al resplandor de la luna de Antal Szerb (Backlist) Si Evelyn Waugh fuera húngaro, hubiera escritor esta novela.

3  Henry y Catho de Iris Murdoch (Impedimenta) Una novela con dos partes: en la primera, tempo lento y un montón de personajes en busca de afecto; en la segunda, el ritmo se acelera, todo se precipita. Me admira la empatía de la autora con personas tan diferentes entre sí.

4  HHhH de Laurent Binet (Seix Barral). Los nazis en Praga, un juego bien llevado entre historia y ficción. Alo más, aqui.

País de Jauja de Edgar Rivera Martínez. Iniciación a la vida entre lecciones de piano y música andina. Una historia larga y sonriente.

miércoles, 15 de enero de 2014

Waterloo, el realismo mágico y los enterradores de piernas


El general López de Santa Anna, espadón y dictador mexicano, ha regalado muchas anécdotas a la historia, pero la más conocida transcurre durante una de las pocos batallas que consiguió no perder (o, al menos, no perder estrepitosamente). Estamos en 1838, durante la llamada "guerra de los pasteles" contra Francia. En medio de los combates, una explosión de metralla enemiga le arranca una pierna al generalito. Entonces, Santa Anna, ni corto ni perezoso, ordena que su honorable pata sea enterrada con salvas de honor, procesiones religiosas y misas de funeral. El episodio, además de ilustrar la megalomanía del personaje, ha servido para que algunos intérpretes se hagan lenguas del ancestral "realismo mágico" que siempre habría inundado la vida social y política de México y de Hispanoamérica toda. Un magnifico historiador como Enrique Krauze la cuenta así. Carlos Fuentes, incluso, compuso una opereta que tocaría el asunto y que debe de ser un auténtico pestiñazo (véase aquí). 
Para ser justos, yo  siempre había pensado lo mismo y juzgué la cosa como una muestra más de ese barroquismo esencial, lo real maravilloso americano y bla, bla, bla. Hasta que me encontré con el libro de Alessandro Barbaro, Waterloo. la batalla (Ed. Destino, 2004) y leí la historia de Lord Uxbridge, comandante en jefe de la caballería británica.
Lord Uxbridge era un figura. Tenía cuarenta y siete años, pero eso no era un obstáculo para no haber combatido nunca ni para ser nombrado por enchufe para la campaña de Waterloo. Para colmo, alrededor de él circulaba otro asunto más desagradable. Uxbridge estaba casado y tenia ocho hijos en su haber, pero se acababa de fugar con Lady Wellesley, madre de otras cuatro criaturas y (oh, casualidad) cuñada de Wellington. El general en jefe de las tropas inglesas no estaba muy contento de tenerlo a su lado como jefe de la caballería.
Al final de la batalla, Lord Uxbridge iba a dirigir una carga contra los franceses en desbandada cuando una esquirla de granada le hirió una pierna. "By God, sir, I´ve lost my leg!", exclamó Uxbridge .Y Wellington, que estaba a su lado, le replicó con bastante mala leche: "By God, sir, so you have!" . Poco después, ya en una casa de Waterloo, un cirujano le amputó la pierna, que fue enterrada con honores militares en el jardín de al lado (Barbero, p. 330; y más curiosidades, aquí). 
La batalla de Waterloo es 23 años anterior a la guerra pastelera. ¿Se inspiró Santa Anna en el caso de Uxbridge? Muy seguramente. Releída la historia del mexicano a la luz del inglés, más que de realismo mágico habría que hablar de un caso de dependencia postcolonial. 



En la foto, Santa Anna, señalando donde quiere que le entierren la pierna. 

martes, 14 de enero de 2014

Taxista en Buenos Aires

Vuelvo al blog después de mes y medio... ¿por dónde empezar? Por lo más fácil. En el blog la noticia es el yo, así que repaso lo que he ido haciendo en este tiempo y veo que sería curioso contar algunas cosas sobre mi último viaje, antes de Navidades, al Río de la Plata.

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El taxista que me llevó del aeropuerto de Ezeiza al aeroparque Jorge Newberry. Los taxistas en Buenos Aires son un género literario, y este no fue una excepción:
-Le cuento: yo, por decirlo pronto y mal, soy de familia humilde. Mi esposa es docente. Ella gana tres mil doscientos pesos y enseña en una escuela para gente grande. El gobierno le paga a esa gente dos mil pesos sólo por ir a sus clases. Y le dicen a mi esposa que la plata no les alcanza pero que les firme la asistencia, aunque no vayan, porque igual no van a poder venir. Pero ella se pone dura y no, les dice, chicos, ustedes van a venir porque, si no vienen, yo no les firmo ¿Vio usted cómo es este país? (En ese momento pasamos al lado de una iglesia y el hombre se santigua) Y los problemas son los políticos. Yo pude ser político. Tengo un amigo desde que éramos chicos, Y siempre me dijo: "Marcelo, tenés que hacerte político, venite conmigo". Y yo le digo: "Gordo, no puedo, no me va". ¿Y sabe usted por qué? Pude hacerlo, pero nada vale como que mis hijos (19 y 15 años) y yo podamos pasear tarnquilos por el barrio y que la gente nos salude. Mi amigo tiene casa con pileta, y un campo, y de todo, pero, cuando vuelve al barrio, tiene que venir a comer a mi casa por la noche. No quiere que lo vea la gente por la calle, porque, si lo descubren,  lo matan. Fue intendente. Hizo cosas en su momento, cosas feas, y ahora no lo perdonan. Mi amigo es del partido radical, porque no le dejaron presentarse por el peronismo. (Nos paramos en un semáforo de la 9 de julio. Otro silencio y una chica pasa abrazada a su novio) ¿Vio, señor? ¿A que son lindas son las argentinas?