jueves, 26 de septiembre de 2013

Los tres amigos

Si algún gaditano, como fue mi caso, visita Montevideo, encontrará parecidos sorprendentes. Para mí, recorrer la larguísima Rambla de una punta a otra fue una experiencia extraña y mágica, casi de sueño: estaba y no estaba en las playas de Cádiz, a doce mil kilómetros de distancia. Mi amigo y maestro Fernando Aínsa ha escrito un poema magnífico y lleno de nostalgias que me ha emocionado especialmente tal vez por todo esto:



LOS TRES AMIGOS DE ANTAÑO

Los tres amigos de antaño
—Alvaro, Eduardo y Fernando—
sentados en la acera de la rambla
adivinan las marcas, años y modelos de los autos que pasan.
Gana el que acierta primero
—Studebaker del 54, Austin Seven del 52, Packard del 48
o el magnífico descapotable Chevrolet Belair amarillo…—
y lo anotan con palotes en un cuaderno que agita el viento como si fuera la pizarra del billar del bar Bambi donde se refugian cuando llueve.

Detrás,
la rambla y la playa otoñal, donde vaga un perro abandonado
y un paseante solitario.
Escenografía que la memoria reconstruye, tiñendo de color verde esmeralda aquellas olas grises.
Privilegio del tiempo que ha pasado desde entonces:
embellecer las cosas.

Sentados en la acera,
ríen cuando uno se equivoca
(el error ajeno causa siempre gracia)
con esa alegría que tenían los adolescentes de antes.
Son amigos desde hace años y lo serán para siempre,
aunque la distancia y la muerte los haya separado.

Desde lejos atisban los diseños y lanzan su apuesta,
(suele ganar Alvaro, aficionado a los motores,
pero siguen jugando).
Lo que importa es estar juntos, mientras cae la tarde
y hace cada vez más difícil adivinar en la sombra
la marca del auto que ha pasado raudo a su lado.

Desde aquellos años,
—fines de los cincuenta, Bill Halley y sus Cometas—
lejos de aquella rambla y aún más lejos de aquel tiempo,
conservo el gusto de adivinar años y modelos.

Lo hago sentado en un banco de la plaza donde vivo.
Pero ya no es un juego entre amigos:
Apenas el obsesivo solitario de un viejo que cree reconocer en el Opel Insignia del 2012 al Opel Kapitan de 1956; en el Citroen C2, el clásico dos caballos de extenso recorrido en el calendario y en el nuevo Ford Fiesta, al Ford A con el que la clase media descubrió la sociedad de consumo.
Fernando
—desde la plaza San Francisco—
apuesta ahora contra sí mismo para decirse que siempre gana,
aunque sea lo contrario.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Foto de familia

Desde atrás me llamaron mi madre y mis hermanas.
-Claudia, ven, que nos vamos a hacer una foto todas juntas.
Me volví y allí estaban, haciéndome señas delante de los árboles. Se las distinguía muy bien a pesar de la distancia y de que la tarde estaba cayendo.
-Ahora no, por favor, dejadme un rato más.
Pero ellas siguieron llamándome. En la fiesta cada vez quedaba menos gente y alrededor los camareros estaban recogiendo sombrillas y retirando los cubiertos. Me dí cuenta de que mis amigos ya no estaban. Pronto hasta mis últimos seres queridos me iban a dejar sola. No todo el mundo llega a los 98 años.
-Claudia, Claudia, ya es suficiente. Vamos a la foto.
A mí las fotos como que me traen recuerdos de muertos. ¿Para qué hacérsela entonces? ¿Y con mi madre y mis hermanas? Qué pesadas.
-Venga, hija, que sólo faltas tú.
Me sentía cada vez más cansada y sola. Y la fiesta algún día se iba a terminar del todo.Y la voz de mi familia que me llamaba para reunirme con ellas. Allí, al otro lado del río. Así que, por fin, dije:
-Voy.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Reloj, no marques las horas...



La imagen la encontré a la vera de la iglesia de San Félix, en Nigrán, pocas horas antes del final de mis vacaciones. A medias entre la broma y la metafísica gallega, Joaquín Aguiar, relojero del Excelentísimo Ayuntamiento de Vigo, era, seguramente, un poeta.