martes, 26 de marzo de 2013

Taller de escritura

Para escribir bien:
primero: leer;
segundo, hablar;
tercero escuchar;
y cuarto, muy en cuarto lugar, escribir.

viernes, 15 de marzo de 2013

La nieve y la rosa de Villalba

Por culpa de la nieve, de su silencio, de su belleza y de lo poco que iba a durar, me acordé de "La rosa de Villalba", ese maravilloso poema de Gastón Baquero. El poeta dice- ahora me doy cuenta- de que el éxito de un buen poema está en su fracaso. Ante algo que nos conmueve profundamente, estamos tan entusiasmados que necesitamos muchísimas palabras y ninguna es suficiente. En "La rosa de Villalba" el poeta habla de muchas rosas que se le parecieron a aquellas que vio por casualidad en el pueblo madrileño de Villaba. Damos vueltas alrededor de aquella porción de belleza que nos emocionó en el pasado, pero nunca damos con la palabra justa. Pero así está bien. Porque hablando de la Belleza aprendemos a recordar que la vida vale la pena. Esta vida, la única que tenemos.
 Y aquí está el poema:




Yo vi una rosa en Villalba:
era tan bella, que parecía la ofrenda hecha a las rosas
para festejar la presencia de las rosas en la tierra.

Yo creía haber visto ya todas las rosas: marmórea en Bogotá,
llamativa en Amsterdam como un domingo aldeano,
primigenia en Haití, melancólica en la melancolía de Viena,
falsa como de nieve y alambre en una calleja de Manhattan,
túrgida y breve bajo las campanas de Florencia,
radiante como un verso de Ronsard en un jardín de Francia;
yo creía haber soñado ya todas las rosas, y las no vistas sobre todo:
la rosa de la India ciñendo a los leopardos,
la del Japón labrada en oro, la mística de Egipto,
la imperiosa como un guerrero bajo el sol africano,
la silvestre de Nueva Zelanda, que se abre al escuchar una melodía
y muere cuando la música fenece: yo creía haber visto ya todas las rosas.

Pero yo vi la rosa en Villalba;
su geometría imperturbable
era una respuesta de lo Impasible a la Desesperación,
era la indiferencia ante el caos y ante la nada,
era el estoicismo de la belleza, que se sabe perdurable,
era el sí y el rechazo a la ávida boca de la muerte.

Yo vi la rosa, tan pura y sorprendente,
que borraba el hastío de su nombre profanado
y no aparecía ya el lugar común de la rosa gastada:
era otra vez la Creación en su día inicial, coronada por el estupor de Adán,
recorrida por la inmensa alegría de saborear la luz y por el asombro de sentirse vivir.
Estaba allí, en Villalba, impávida y absoluta, como si perteneciese
a un rosal personalmente sembrado por Dios en el propio jardín del Paraíso.

Y ante ella sentí la piedad que siempre me ha inspirado
la contemplación de la belleza efímera. ¡Que esta geometría vaya a confundirse
con el cero del limo y con la espuma del lodo!

No quise mirar más la rosa perfectísima,
la que debió ser hecha eterna o no debió ser nacida.
De espaldas al dolor de su belleza, la rescataba intacta
en ese rincón final de la memoria que va a sobrevivirnos
y a mantener en pie la luz de nuestra alma cuando hayamos partido.
Negándome a mirarla, la llevaba conmigo.

Y dije adiós a la rosa de Villalba.
 

jueves, 14 de marzo de 2013

Habemus

Hace ocho años M. andaba, como siempre, trajinando por la casa (normal), pero por una vez prestó atención a lo que ponían en la tele (extraordinario). Estaban con la elección del Papa, el futuro Benedicto XVI. Como no podía perder tiempo, mandó a un emisario, L. (cinco años en aquel entonces), a que le contara quién iba a ser el elegido. Al poco rato, el niño llegó corriendo hasta ella y, con los ojos muy abiertos, le informó:
-¡¡¡El nuevo Papa se llama Habemus!!!
Bueno, pues eso: Habemus de nuevo. Todos los Papas son distintos, pero todos son iguales.

Y, entre las singularidades de éste, es argentino y le gusta Leopoldo Marechal. Para empezar, muy bien...

viernes, 8 de marzo de 2013

L'illusion comique


-No quiero morir, por favor, no me dejen morir.
 Por su tremenda verdad, las últimas palabras de Chávez son las únicas suyas que conocemos en donde el personaje no ahogó a la persona. Sorprenden por su desnuda sinceridad en un individuo habituado al gesto y el exabrupto. Farsa, melodrama o culebrón, toda su vida ha sido una gran actuación de éxito espectacular. Sin embargo, en el último momento, cuando Chávez se asomó al infinito, musitó unas palabras  que coinciden con el íntimo anhelo de supervivencia que todo ser humano tiene. Nada de bolivarismos por una vez: sólo el miedo a la muerte.
Pero esta verdad tal vez sólo haya durado unos minutos. Me cuentan que el ataúd paseado ayer por Caracas para devoción de chavistas estaba vacío. El cadáver embalsamado volaba desde Cuba con retraso y llegó a la noche. Si esto fue así, no sería más que otro acto teatral de un hombre que, aunque renunció a la comedia en los últimos momentos, siguió siendo prisionero de ella después de la muerte. A partir de ahora, el mito deberá continuar.

jueves, 7 de marzo de 2013

Una carcajada amarga

Dice el abogado de Iñaki Urdangarín que su defendido está muy agobiado porque no para de recibir llamadas insultantes de la gente anónima. No lo dice, pero tiene toda la pinta de un linchamiento social. Como a lo mejor Iñaki busca su nombre por internet, me voy a permitir, humildemente, darle un consejo muy sencillo: que se dé de baja en la línea fija. A mí me ha ido muy bien. Además, uno ahorra algo más de treinta eurillos al mes, con lo que, si recorta de aquí y de allá, a lo mejor puede sanear su golpeada cuenta corriente.
Esto me recuerda también un editorial de El mundo que leí el otro día respecto a si el rey debía darse de baja también, o sea, abdicar. ¿Debe renunciar quien ha prestado tantos servicios a la democracia?¿Podemos olvidar treinta años de buen ejemplo por una o dos meteduras de pata? Es injusto moralmente, concluía Pedro J., y una amenaza a un sistema que ha funcionado admirablemente bien. Pero...
Lo de que valgan las razones éticas no lo tengo claro: uno no se convierte en el terror de los elefantes de la noche a la mañana. Pero lo peor es que se exhiban razones de conveniencia en tiempos en que lo único que se reclama, lo único que la gente está esperando, aunque no lo diga ni lo conciba, es un líder intachable, ejemplar, o como dijo don Álvaro d' Ors, un santo. Realmente, ¿quién espera encontrar hoy un político así en España? Si el rey no es capaz de ofrecer un espectáculo digno lo mejor es que se dé de baja. En este sentido el sistema republicano es más cínico, pero también más coherente: si el presidente no da la talla, dimite y punto, Se busca otro mejor, más digno y el sistema no se pone a temblar. Anteayer yo escuchaba en el taxi el informativo de la radio. Después del acostumbrado fuego artillero de malas noticias, nos dieron el parte médico de su majestad. "El monarca ya camina solo por la habitación", leyó el médico. En ese momento, el taxista soltó una carcajada amarga. Ése es quizá el mejor argumento para todo lo que estoy tratando de decir.

martes, 5 de marzo de 2013

El piadoso capitán Daniel

En general los piratas eran gente irrespetuosa con la religión, como cabía esperar. Les encantaba saquear iglesias cuando conseguían entrar en algún puerto español. Pero había excepciones:


"El padre Labat nos comenta algunos casos increíbles, como el de un filibustero que mandó decir una Misa en la Martinica para cumplir el voto que había hecho al capturar dos barcos ingleses, acompañando los momentos solemnes de la celebración con salvas de artillería, o el famoso del capitán Daniel, presenciado por el propio padre Labat. Este capitán apresó a un sacerdote en un asalto a la población de la isla Dominica. Lo llevó a su barco y le ordenó celebrar la misa, que fue igualmente acompañada de descargas de artillería en los momentos culminantes. Al llegar a la consagración, Daniel observó contrariado que uno de sus hombres tenía una actitud indecorosa, y le reprendió por ello. El filibustero le contestó mal y su capitán le dio un tiro, jurando que haría lo mismo con aquel que no guardase el respeto debido al acto. Labat, que estaba junto al capitán , quedó aterrado, pero Daniel le tranquilizó diciendo:
-No se preocupe, padre, es un bribón que falta a su deber y le castigo para enseñarle lo mejor
Al terminar la misa arrojaron al mar el cadáver y se hicieron regalos al sacerdote celebrante"

(Manuel Lucena: Piratas, bucaneros, filibusteros y corsarios de América, Madrid, Mapfre, 1992, 157-158).