miércoles, 30 de mayo de 2012

Generosidad de los escritores

Ayer unos amigos me ponderaban lo ególatras, lo ingratos, lo impresentables que suelen ser los narradores, no digamos ya los poetas. Uno de ellos, justísimamente exaltado, se quejaba de la faena que le había hecho un célebre novelista. Yo mismo, ay, echaba mi cuarto a espadas al recordar una mezquindad que tuve que padecer de otro que se dice amigo. De paso me olvidaba de mis propias aficiones poéticas.
Pero, horas más tarde, cuando la conversación se había disipado, me llegaron a la cabeza dos ejemplos de escritores que, ciertamente, responden de maravilla al tópico de gente rara y que, sin embargo, tuvieron rasgos de una generosidad heroica.
El primero de ellos es Fedor M. Dostoievsky, un tipo de cuidado. Su obsesión por el juego y sus desplantes amargaron la vida de quienes se acercaron a él, por no hablar de la epilepsia, de la que el desgraciado no era responsable. No se conocen tanto sus detalles de cariño conmovedor con su esposa Anna Grigorievna, y, sobre todo, con aquellos familiares y amigos de los que no recibió nada. Durante años Dostoievsky sufrió lo indecible por su crónica falta de ingresos, debido -sí- a su carácter desordenado, pero también a que pagaba puntualmente una suma mensual a su cuñada, viuda y con cuatro hijos, y a su hijastro, un gorrón que no dio palo al agua en toda su vida. Lo cuenta Joseph Frank en su monumental biografía sobre el escritor ruso.
El otro caso de generosidad es Juan Rulfo, ese prodigio de la simpatía. El mexicano fue un hombre de una tristeza cósmica, lo que le arrastró al alcoholismo. Tampoco nadó en dinero, pese a la fama que le proporcionaron los dos únicos libros que escribió. Sin embargo, no dudó en elogiar a Antonio Estrada, el oscuro y genial autor de Rescoldo, una novela silenciada por denunciar un tema tabú en México: la persecución antirreligiosa contra los cristeros. El pobre Estrada falleció a los cuarenta y ocho años de un infarto, después de haber luchado de manera quijotesca contra el caciquismo y la corrupción priísta. Dejó una familia numerosa en una situación desesperada. Rulfo, conocedor de la desgracia de la viuda y los niños, se  dedicó a lo largo de años a hacerles llegar de manera discretísima distintas sumas de dinero. Para colmo, la viuda declaró que jamás había visto a ese señor tan bueno. Lo cuenta todo Ángel Arias en su excelente introducción a Rescoldo.

jueves, 17 de mayo de 2012

Lo bueno, si breve, no siempre es bueno



Es curiosa la moda de los microrrelatos. Hace años era un género menospreciado y acabado en nada, y hoy te encuentras con infinidad de páginas y blogs dedicados al tema, donde se exaltan la precisión, la síntesis, la genialidad de resumir unas cuantas ideas en un texto, a ser posible, cuanto más corto mejor. Además, hay concursos de microrrelatos por todas partes. Hasta los colegios de abogados tienen uno.
La verdad es que la brevedad siempre viene bien. Le vienen bien, por ejemplo, a los escritores que no quieren trabajar mucho, a los lectores perezosos y a los críticos que se dejan guiar. Pero lo breve no siempre es buenísimo. Pongo un ejemplo gigantesco: el famoso “Dinosaurio” de Monterroso, que tantos infatigables lectores tiene:

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

La gente asegura que esta frase da para tres o cuatro mil interpretaciones diferentes. Por desgracia, a mí, sólo se me ocurren tres o cuatro, la más interesante de las cuales (esas borrosas fronteras entre sueño y realidad) ya la había previsto Chuang Tzu hace más de dos mil años con su minicuento de la mariposa:

Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.

Monterroso imaginó una frase ingeniosa, pero el chino lo hizo mejor, creo. Por supuesto, hay microrrelatos espléndidos y brevísimos que encierran esa misteriosa emoción que nos empuja a pensar tiempo después en ellos. A mí, el "Cuento de horror" de Juan José Arreola me sigue pareciendo una maravilla escalofriante, quizá porque no se acaba de explicar del todo:

La mujer que amé se ha convertido en fantasma.
Yo soy el lugar de las apariciones.

Los buenos microrrelatos siempre producen misterio y sorpresa: por eso son tan difíciles. Ahora bien, no es menos cierto que también podemos leer textos brevísimos -la mayoría- en donde las omisiones son tan obvias que se reconocen enseguida y no añaden mucho más, no se abren a un juego más amplio. Dice un microrrelato anónimo:
“Se me pasó la noche volando. Firmado: Supermán”. 
Quizás una primera lectura sorprenda o divierta. Sin embargo, el ocultamiento de la perspectiva se desvela completamente en la segunda frase (ya sabemos que Superman es quien habla) y este hallazgo no deja de ser un chiste. Y como todos los chistes, deja de tener gracia al repetirse unas cuantas veces. La buena literatura aguanta mejor.
Algunos hacen hincapié en unas dimensiones reducidas exponencialmente para asentar el criterio sine qua non del microrrelato, pero quizá deberíamos relativizar el valor estético de la brevedad por sí misma. A la pregunta tópica de cuál es el relato más corto del mundo, se puede oponer la respuesta de si este relato pigmeo funcionaría, o no, como un buen texto literario. Pongo un ejemplo breve, ma non troppo, de Rosalba Campra:



LA LIBERTAD

Podrás ir caminando por el filo de la sombra hasta la parte alta de la ciudad. Nadie te dirá: por ahí no se pasa. Encontrarás entornada la verja de esa casa que te ensanchaba los ojos de deseo cuando eras chico. Ningún guardia te cerrará el camino, ni te prohibirá caminar sobre los macizos de anémonas hasta el estanque, entrar en los salones enguirnaldados sin que nadie te anuncie. Marcarás con caramelos tus itinerarios por las plazas, elegirás en la biblioteca central los manuscritos más ricamente iluminados para recortar las figuras, y nadie llamará a la policía, ni siquiera cuando en las farmacias te pongas a volcar uno a uno los tubos de píldoras fosforescentes que se desparramarán hasta la calle con un alboroto de perlas desenhebradas, o cuando busques en el negocio del anticuario, donde todo fue siempre demasiado caro, los más rotundos sillones coloniales, los espejos de azogue deslucido, y te los lleves sin pedir permiso. Ningún empleado del correo protestará porque te has puesto a abrir las cartas –a veces de amor– dirigidas a otros, o a usar los telegramas para hacer avioncitos que terminan por amontonarse en el mismo rincón. Ningún camarero te impedirá descorchar todas las botellas de los vinos añejos, y probar apenas un sorbo de cada una, sentado a la terraza frente al mar. Inútilmente esperando que la mujer más hermosa de la ciudad, que una mujer, que alguien, baje a sentarse contigo, y te acompañe después al teatro donde nadie te exigirá la entrada ni tratará de imponerte buenas maneras cuando te arrellanes en el palco presidencial frente al escenario vacío. Ese es el lado malo, ya te habrás dado cuenta, de ser el único sobreviviente.


Aquí el protagonista se permite las licencias que no pudo disfrutar de niño: penetra en la mansión, alfombra de caramelos las calles de la ciudad, entra en restaurantes y oficinas de correos misteriosamente vacíos, etc. El enigma acerca de por qué no hay ningún obstáculo a los deseos infantiles del personaje preside todo el desarrollo. Uno tras otro se acumulan detalles en la acción antes de que se desencadene la revelación final. Toda esta acumulación de detalles revela poco afán por una síntesis elevada a la máxima potencia, pero a cambio contribuye a generar una atmósfera “realista” que traiga mayor interés al final. Respecto a este, hay que decir que el escamoteo de una información central (¿por qué tanta libertad?) en la historia es un procedimiento común en gran cantidad de microrrelatos. La persistente omisión de un dato explicativo favorecería la sorpresa que tantos comentaristas ponderan como uno de los principales ingredientes del género. En este caso, el hecho decisivo –el protagonista como único sobreviviente de un Apocalipsis mundial– acaba desvelándose en la última frase. Hasta aquí, la estructura no es original en sí misma, no se aleja del patrón de tantos relatos breves o brevísimos. No se distingue demasiado del microrrelato de Supermán…. 
Si “La libertad” no tuviera otro aliciente narrativo, podría decirse que, cuando se eliminase la sorpresa y se descubriera el dato oculto del sobreviviente, el texto agotaría sus posibilidades. Por suerte no es así. Esta historia fantástica necesitaba expandirse para que el efecto del final, una vez conocido, no vacíase de interés la relectura. Esta expansión se concreta en esa enumeración de detalles que reafirman el valor sugerente de la palabra. Ahí están todos esos juegos infantiles con los que el protagonista sueña: los telegramas hechos avioncitos de papel, los recortables de manuscritos iluminados, el descorche de los vinos añejos, los tubos de píldoras rodando como perlas desenhebradas. En fin, que si no fuera por todos estos detalles, si la imaginación no se extraviara con todas estas imágenes, el relato se quedaría un esquemita más o menos ocurrente, una ocurrencia sepultada como tantos otros pequeñísimos compañeros narrativos en el rincón del vago.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Cenas políticas

Aquella cena con el intelectual nacionalista que defendía sin posibilidad de réplica la ley de memoria histórica, el derecho a la autodeterminación, la transferencia de todas las competencias posibles y hasta la inteligencia superior de Zapatero.
-Pero conste que yo no estoy en contra de la idea de España. España es un buen invento.
Y, glup, de inmediato vació la copa rebosante de vino, como para olvidar lo último que acababa de decir.

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O aquella otra cena con el amigo de la izquierda radical, cultísimo hijo de buenísima familia que tenía entonces la novia en Barcelona. Qué gran defensor de la diversidad y de la tolerancia cuando hablamos de la guerra civil española, que a él le afectaba mucho, porque es extranjero pero vive en España desde hace veinte años. Pero qué raro cuando le dije que era una pena cómo se castigaba al castellano en Cataluña.
-¿Y por qué sería una pena? ¿eh? ¿Por qué sería una pena?


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Y la cena con amigos del PP que, en octubre de 2011, ya estaban pensando qué iba a hacer el futuro gobierno cuando resolviera la crisis.

lunes, 14 de mayo de 2012

La literatura o la vida

En las clases del Civican estamos con los escritores de la época soviética: Bábel, Ajmátova, Pasternak, Mandelstam, Bulgákov. El martes hablé algo de éste último y de El maestro y margarita, una historia delirante en la que el diablo y sus secuaces bajan al Moscú de los años treinta y se dedican a hacer toda clase de gamberradas a costa de los dirigentes soviéticos. Escrita en la época de Stalin, estuvo prohibidísima hasta la época de Gorbachov. Me cuenta una colega rusa que El maestro y Margarita la trajo en una versión clandestina su madre a mediados de los años ochenta. La leyeron en dos días, porque había que devolverla cuanto antes, no fueran a pillarlos con las manos en el libro. Con qué emoción se leería aquella novela admirada por su genio literario y su valentía moral. Qué importancia especial se le daría a cada página, devorada a toda prisa, recorrida con toda atención, como si de un texto sagrado se tratase. A veces pienso si la literatura, como algunas virtudes, no necesitará de presiones externas para desarrollarse y producir buenos frutos. Y al revés: si las sociedades inmaduras y opulentas no serán incapaces de tomarse en serio nada, incluso la literatura.
Otro tipo apasionante es Ossip Mandelstam. Condenado al ostracismo, lo mataron de forma misteriosa en un penal de Vladivostok. Tras la muerte de Stalin, sus poemas se recuperaron gracias a la buena memoria de su esposa, que los había llevado en la cabeza durante años por temor a que las autoridades le encontraran papeles de su difunto en un registro. A Mandelstam lo descubrí gracias a una espléndida traducción de Aquilino Duque. Uno de sus poemas mejores lo puse ya en el blog. Otro que me gusta mucho lo copio aquí:


Leer tan sólo libros infantiles,
y tener infantiles las ideas.
Todo lo grande dispersarlo lejos,
resurgir de lo hondo de la pena.

Mortalmente cansado de la vida,
no espero nada de ella,
pero amo la pobre tierra mía
porque otra nunca viera.

Yo me mecía en un jardín lejano,
en un simple columpio de madera,
y unos abetos altos, negros,
recuerdo en el delirio de la niebla.


lunes, 7 de mayo de 2012

Una satisfacción infinita

Al final de este curso, con todo ya resuelto, viene a hablar conmigo una alumna china.
-Quería decirte que tus clases, profesor, me han gustado mucho, que me han servido...
En su español pedregoso, a tropezones, me habla de los autores que vimos en estos meses: de Martí, de Antonio Machado o de Borges, que es uno de los autores que más admira. De pronto, me enseña la palma de su mano derecha. Debajo del dedo índice luce el signo matemático del inifinito.
-Esto es un ¿tatuaje?... se dice así, ¿no?. Me lo hice en Pamplona. Es por Borges... él me hizo pensar... eso, pensar. La gente, hoy, sólo piensa en lo que tiene delante, es todo físico, pero Borges, aunque estaba triste como el monstruo ese del laberinto... ¿cómo se dice?
-El minotauro..
-Sí, ése era como Borges, que buscaba el infinito, y yo creo eso, que hay que ir más allá, fuera del laberinto... Por eso me he puesto el infinito en la mano, para recordar, ¿ves?





Yo sí que no puedo recordar más, pero dejemos la rosa así, tal y como está. Para qué añadir. Que otros se enorgullezcan de los libros que han escrito; yo me enorgullezco de algunos alumnos que he tenido.

viernes, 4 de mayo de 2012

Cuento de horror

Me preguntas qué tenemos que ver tú y yo con todos esos monstruos que bailan a nuestro alrededor. Por qué no los vemos en los espejos. Por qué miran con la boca abierta. Por qué gritan. Por qué.
Me preguntas y te digo: no tengas miedo. Ven, acércate y mírame. Reclina tu cabeza en mi cuello. Yo ya no soy como tú.

miércoles, 2 de mayo de 2012

En el país de no me acuerdo

"Hay que ver con tus amigos argentinos", me decía uno con cara de guasa. Ahora que lo de Repsol se va enfriando en los medios de comunicación, va don Evo y expropia su poquito de electricidad. Todo este triste asunto, que ya iba olvidándose, parece que vuelve y, de momento, esto es lo que pienso:
1- Del lado de acá: A pesar de lo que diga el ministro Soria, un gesto de hostilidad a una multinacional española no es un ataque a España, sino a una multinacional española, que es algo que a lo mejor se le parece, pero no es lo mismo. A nuestros gobernantes se les veía hace dos semanas con cara de petróleo, y aquí se ve cuánto influyen sus actitudes en la gente: a los españolitos no se les levantó el tupé cuando Hugo Chávez expropió el Banco de Santander o la Cristina le quitó Aerolíneas a Marsans, tal vez porque Zapatero, con este tipo de jugadas, metía la cabeza en un agujero y se reía por lo bajini cuando pensaba en Díaz Ferrán. La semana pasada todos nos poníamos furiosos porque dos ministros salían con cara de pocos amigos a dar una rueda de prensa. ¿Quién se acordaba de las expropiaciones anteriores? Como cantaba María Elena Walsh:
En el país de no me acuerdo,
doy tres pasitos y me pierdo...
Por lo demás, el gobierno hace bien en defender los intereses de los accionistas españoles de Repsol (quién sabe cuántos de ellos, o amigos suyos, tendrán acciones allí), pero me pregunto cuánto margen de maniobra tiene. Después del sofocón inicial, viene la melancólica comprobación del papel de España en el mundo. Parece que los presuntos "aliados", Estados Unidos, México o la Unión Europea, ya no se sienten tan tristes por la suerte de Repsol, así que las sanciones económicas, de momento, van a concluir en que no se importarán alfajores ni dulce de leche, una verdadera catástrofe en mi casa, con lo que nos gustan.
2- Del lado de allá: El espectaculillo de Cristina F., viuda de K., y su corte de los milagros, es un despropósito que da una pésima imagen internacional del pais y terminará perjudicando económicamente a los argentinos. Qué curioso que ella fuera una de las artífices, hace trece años, de la venta de Repsol, o que hablara maravillas hasta hace unos meses de la empresa española. Ahora, necesitada de cash a toda costa y con un problema energético para el invierno, ha sacado la zarpa. La euforia, ay, de mucha gente en Argentina me recuerda otra vez a los versos de la genial María Elena Walsh...
3- Capítulo imprescindible: Quien privatizó y luego desprivatizó, buen privatizador será. En esto el peronismo ha sido históricamente experto. Pronto no será, porque sería un suicidio político, pero quién nos dice que dentro de un par de añitos, cuando se necesite crédito internacional, YPF vuelva a manos extranjeras con contratos y seguridades leoninas, para evitar que se repitan situaciones como ésta. A China le interesa (Repsol iba a vender el 56 % de sus acciones a una empresa china), Brasil ya está moviéndose y a Hillary Clinton le daba la risa cuando le preguntaban por el asunto de la expropiación. Y entretanto, el deterioro de las relaciones entre o Argentina y España perjudica a los dos países hermanos.