jueves, 26 de abril de 2012

El ímpetu cruel de mi destino

Tengo que despertar a uno de mis hijos mayores y me voy orientando en su habitación a oscuras hasta que subo de golpe la persiana para que entre la luz. Él empieza a proclamar con una voz muy rara:
-Grññmmrmmmgruñfxllltino.
-Pero, ¿qué está diciendo?
-Digo que mgrññfxlmrttimpetummmgrnñññxflxrrrtino.
-Tío, tú deliras.
Y me voy.
Por la tarde, vuelve de la universidad. Cuando le abro la puerta, me suelta por sorpresa:
-"El ímpetu cruel de mi destino,
¡cómo me arroja miserablemente
de tierra en tierra, de una en otra gente,
cerrando a mi quietud siempre el camino!"
-Pero, ¿qué dices?
-Eso, el poema que te estaba recitando cuando me despertaste por la mañana.
Y me lo dice así, tan fresco.

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Mientras tanto, en la cocina, su madre, la madre de todos, se enfrenta a los fallos en el examen de lengua de L. Ella sostiene nerviosísima el papel con las respuestas tachadas por el profesor. El chaval, primero de la Eso, la mira con la indiferencia de un Buda sentado.
-Pero, a ver, ¿qué es esto de que la Chanson de Roland está escrito en italiano?
-Puffff.
-A ver, atiende: La pregunta tenía tres posibles respuestas: a) italiano, b) francés, c) español. ¿Por qué dijiste que estaba escrito en italiano?
-Pufff...
-Pero, ¿por qué?
-¡¡¡Que sí, que sí, que ya sé que está escrita en español!!!!
Este hijo mío sí que nos va a sacar de pobres, en vez de perder el tiempo en tonterías.

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Y ahora el poema completo de Francisco de Aldana que tanto desvela a S. y que yo, culpable, le recomendé hace unos días:

El ímpetu cruel de mi destino,
¡cómo me arroja miserablemente
de tierra en tierra, de una en otra gente,
cerrando a mi quietud siempre el camino!

¡Oh, si tras tanto mal grave y contino,
roto su velo mísero y doliente,
el alma, con un vuelo diligente,
volviese a la región de donde vino!

Iríame por el cielo en compañía
del alma de algún caro y dulce amigo,
con quien hice común acá mi suerte;

¡oh, qué montón de cosas le diría!
¡Cuáles y cuántas, sin temer castigo
de fortuna, de amor, de tiempo y muerte!

miércoles, 18 de abril de 2012

501

Blogger me estaba avisando en estos días de que pronto iba a llegar a la entrada número 500. Como soy de carácter secundario y, por tanto, más bien lento a las reacciones, he preferido esperar a la siguiente para dar las gracias  a todos aquellos que me movieron a empezar. Me parece que la culpa la tuvieron dos amigos: Enrique García-Máiquez, que no hacía más que escribir entradas estupendas, y Ana Corina Dávalos, a quien también leía yo con asiduidad. El tono con que ella me dijo que su experiencia era buenísima terminó de decidirme.
Pero, al principio, yo seguía sin estar convencido de tener un blog. Por eso me resistía a contestar a los comentarios, creo que porque se trataba de una forma demasiado nueva de hacer literatura. Hay escritores admirables que llevan un blog, pero no terminan de pasar por las horcas caudinas de los comentarios. Ahí está Andrés Neuman, que ha suprimido directamente esa función, o Andrés Trapiello que no responde ni al gato. Los entiendo muy bien. Durante siglos la literatura ha sido una forma de comunicación sin feed back posible. El papel trae ese alivio: el de no tener que escuchar a tus lectores si has metido la pierna en donde no debías. Pero me temo que ese hablar solo delante de un lector invisible, que tanta tranquilidad produce, ya no es posible. A mí, salvo una o dos excepciones, los comentarios me han alentado o me han corregido, como el último -anónimo por más señas-, que me señala un error en un dato de ayer. Bendito sea. A este y a todos los que pasan o han pasado alguna vez por aquí, muchas gracias. No les invito a una copa de brandy por imperativos técnicos, pero les dejo la imagen de consuelo.

martes, 17 de abril de 2012

El rey caza desnudo

Hace tiempo, cuando a don Álvaro d'Ors le concedieron el premio Príncipe de Viana, el eminente jurista y sabio en tantas materias pronunció un discurso en la abadía de Leyre delante de Felipe de Borbón y otras compañías. Si no recuerdo mal, en aquella alocución, que glosaba ideas de santo Tomás de Aquino y san Josemaría Escrivá, se animaba al futuro rey a practicar las virtudes del gobernante en forma heroica, con aspiraciones de santidad en la vida cotidiana. Tal vez porque se sintió aludido, el príncipe se saltó suavemente el protocolo y en su turno replicó con ironía posmoderna que "él no aspiraba a tanto".
Hizo muy bien, sí señor. Como hijo modelo, Felipe sabía que tenía que seguir los consejos de su papá antes que los de un señor tan sabio y tan aburrido como don Álvaro d'Ors. ¿Por qué intentar vivir la perfección en lo privado y en lo público, si basta con parecer que lo estás haciendo? La casa real ha sido muy buena en mantener una ética de las formas y, si no, que se lo digan a los arrapiezos que se les han acercado últimamente. Urdangarín es un aficionadillo y por eso lo han pillado enseguida. Durante años se han rumoreado muchas cosas de la vida privada de nuestro monarca, pero, tate, nadie le pilló in flagranti. Ahí el rey, o sus asesores, han jugado sus cartas de maravilla. No se aspiraba a la excelencia, sino a la apariencia y, entre col y col, caía un elefante.
Lo malo es que, en tiempos de crisis, la gente mira a sus gobernantes esperando mucho de ellos. Ahora bien, si el justo, el que intenta de corazón mejorar su conducta, peca noventa y nueve veces al día, ¿cómo no va a meter la pata (o la cadera) el que sólo pretende parecer bueno?

lunes, 16 de abril de 2012

El intocable

Ayer nos fuimos a ver una película francesa, pero no una de esas en las que se ve crecer la hierba, como decía Woody Allen. En realidad, El intocable busca ganar rápidamente la complicidad del espectador a base de recursos sencillos pero eficaces. La historia, basada en hechos reales, sigue el modelo narrativo tipo Mary Poppins: el millonario tetrapléjico (François Cluzet) equivale a los niñitos mimados y Julie Andrews se transforma en un Oliver Sly en el papel de cachondo senegalés. La pareja funciona muy bien, siguiendo otro tópico hollywoodiense, algo así como el dúo de Billy Cristal y Robert de Niro; o, si nos ponemos literarios, Don Quijote y Sancho Panza. El asistente, un muchacho que viene de los barrios marginales de París, se va quijotizando en el contacto con el refinadísimo Philippe. Y éste, por supuesto, aprende a reacomodar su vida gracias a la vitalidad de su acompañante.
Me he reído mucho, como hacía tiempo que no me pasaba en el cine. Pero quizá lo mejor de la película sea que consigue dar un mensaje inteligente de optimismo sin caer en la moralina ni en los discursos sentimentales. Las primeras escenas, descacharrantes por absurdas, nos presentan a dos amigos que están dispuestos a disfrutar de la vida como unos chavales. Y ya está. Ni más ni menos. La verdad de los hechos se va imponiendo desde el principio.
Cuando encendieron las luces, la gente aplaudió.

jueves, 12 de abril de 2012

Belleza escondida

Me llega un aviso de  mi ex compañía de seguros amenazándome con una fulminante excomunión bancaria porque les he devuelto un recibo. No sé si sorprenderme por el repentino tono de agresividad que utilizan o por mi propia frialdad. De acuerdo con la moda, atribuyo enseguida a la crisis la razón de todo. "Son así de maleducados porque estarán pasándolo mal", me digo. Y me importa tres pepinos que lo pasen mal, continúo, porque estoy en mi derecho de buscarme otra compañía más barata. Pero enseguida prosigo con la dichosa manía de analizarme y me doy cuenta de que, en realidad, no es la crisis, sino la experiencia o, peor dicho, la edad, lo que me hace indiferente a toda esa palabrería jurídica que en otro tiempo me hubiera inquietado.

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En clase explicábamos Madame Bovary a un grupo de señoras y algún que otro señor maduro. En la novela de Flaubert, la protagonista cae en el adulterio por puro aburrimiento. Es una reacción que se da en muchas otras novelas del XIX: la mujer peca porque no se le ocurre qué otra cosa hacer. Emma, que en realidad no tiene muchas luces, intenta llenar su vida con una aventura romántica que es una farsa.
De pronto salta de la silla una señora que me replica en tono greñudo:
-Pero ése [por Flaubert] , pensaba que la única tonta era la mujer, porque vamos, si es así...
Vi como brillaba la santa cólera en sus ojos.
-No, la tranquilicé. Y, tras un segundo de tensión, proseguí:
-En realidad, para Flaubert todo el mundo es una porquería, hombres y mujeres. Todo el mundo.
-Ah, bueno, si es así, menos mal...


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Aquella remota noche de mi primera adolescencia, junto a la playa del Manantial. Un tipo muy, muy mayor (como 19 años, o incluso más) nos contaba sus experiencias sexuales por medio mundo hasta las tantísimas de la madrugada mientras los chavales lo escuchábamos con la boca que se nos caía hasta los pies. Y lo que más me sorprendió de todo aquel prontuario que iba de Noruega a El Puerto de Santa María, era su defensa del traje de baño en las chicas, en lugar del top less. "La belleza sólo vale si se esconde un poco. Si se ve todo de golpe, ya no interesa". Y qué ciertas eran esas palabras, que sirven no sólo para las chicas, sino para una fotografía, unas palabras, un poema.

lunes, 9 de abril de 2012

Elena Garro y su memoria

Hace poco tiempo salieron en España las memorias de Elena Garro, para mí, la autora de una de las mejores novelas hispanoamericanas del siglo XX, Los recuerdos del porvenir.
Por lo demás, en sus Memorias de España 1937, centradas en vivencias de la guerra civil española, la ex mujer de Octavio Paz hace un repaso desmitificador del bando republicano que irritará a algunos y divertirá a otros. Hablo más del asunto aquí

miércoles, 4 de abril de 2012

Dos notas sobre la violencia

Les hablo en clase a mis alumnos extranjeros de Dalí, a quien conocen, Lorca, de quien han oído hablar, y de Buñuel, que les resulta totalmente desconocido. Se me ocurre ponerles unos minutos de El perro andaluz, la famosa escena del ojo cortado. Enseguida Youtube nos obsequia con un vídeo promocional de Battleship, una cosa norteamericana con ocho segundos de épica digital y muchas explosiones. Mis alumnos bostezan, porque son las ocho y media de la mañana. Por fin llegan las primeras imágenes buñuelescas: el hombre afilando la navaja, la luna a través de la ventana, la chica que se sienta en la peluquería. Después el primer plano del ojo y la navaja que entra blandamente. Dos chinitas se tapan la cara y la danesa del final suelta un grito ahogado. A los demás les cambia la cara. La música no se escuchaba bien, el blanco y negro no se podía comparar con la fotografía de la películita yanqui, pero...

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Y de la ficción a la realidad. Me cuentan esa misma mañana algunos casos de crucifixiones reales de muchachas en Irak y, lo que es peor o más inquietante, la historia de una pobre chica secuestrada en su país, violada con catorce años y llevada a España, donde, para intimidarla a ella y a sus compañeras, los tipos no dudaron en violar, torturar y crucificar antes sus ojos a un hombre y una mujer que habían intentado escapar del prostíbulo. Nunca me han atraído los sucesos y quizá por esto, porque la historia me ha entrado por los ojos sin quererlo ni esperarlo, la impresión de horror me duró todo el día. Inevitablemente piensa uno en las fechas en las que estamos y en el sacrificio de la Cruz. "¿Pero no sabes que estas cosas pasan todos los días?", me dicen. Esta idea tan amarga no consuela pero sirve a la meditación. Para el no creyente, la realidad de estas brutalidades, aunque sea oculta y minoritaria, puede hacerle reflexionar sobre el progreso del género humano. Y para el que cree, pero está mal acostumbrado a las palabras o a las imágenes de siempre, tal vez así pueda entender mejor la actualidad sobrecogedora de la Pasión, el hecho tremendo de que Jesús sigue clavado en la Cruz a todas horas.

martes, 3 de abril de 2012

Eça de Queirós: una invitación


"Mucho darse aires, pero en realidad todos en tu familia descendéis de un arriero portugués", me dice mi santa esposa. Lo dice de guasa, claro, pero a mí no me importa nada; más aún, me encanta tener sangre portuguesa, aunque sea muy remota. Y una de las razones es ésta.

La carne, la muerte y el diablo

Lectura de La carne, la muerte y el diablo en la literatura romántica de Mario Praz. Erudición espectacular y exquisito discernimiento. Si hacemos caso al autor, que tiene buenos argumentos para su tesis, gran parte de la literatura del XIX está atravesada por la sombra alienada de un escritor mediocre, el Marqués de Sade. Por aquí y allá sale un Baudelaire o un Dostoievsky que superan al maestro y hasta consiguen que se olviden sus huellas. Pero, al final, en el último capítulo, el de los decadentistas (Péladan, Lorrain, el mismo Wilde o Huysmans, y otros mucho menores) da la impresión de un desfile de perversos o de imbéciles. Tanto misticismo falsísimo, tanta glorificación del dolor propio y ajeno, igualándolo al placer sexual...La última frase del libro lo dice todo: "de tantas y tan variadas cosas, raras y extrañas, tenían necesidad  los Gautier, los Goncourt, los Des Esseintes, los Lorrain, en aquel siglo que tuvo todos los exotismos y los eclecticismos para distraer la itnranquilidad de los sentidos exasperados y para compensar la falta de una profunda fe y de un auténtico estilo".