sábado, 29 de octubre de 2011

Brevísimo tratado sobre el humor

Conversando hace unos días con Enrique G-M, llegamos a la conclusión de que la gente que se toma todo en serio, es poco seria. O sea, gente de la que no te puedes fiar.
Igual que en la vida, el humor es necesario en la escritura, hasta como una forma de cortesía con el lector. Pero, además, está la cuestión no pequeña de que todo lo que hacemos los pobres seres humanos es de muy escasa importancia, visto con los ojos del tiempo, y no digamos ya con la mirada impresionante de la eternidad. Ahora, en este mismo instante, mis hijos pequeños se pelean hasta la muerte por una tontería ridícula. "¡¡¡Que abras la puerta, te digo!!!", aúlla uno;¡¡Abre tú la puerta, hiperactivo!!", le chilla el otro. Para ellos se trata del problema más importante del mundo, pero tú sabes (vamos a dejar la mitificación de la infancia para otro día) que todo se disolverá en dos minutos hasta la próxima pelea.
Decía Baudelaire que el humor es diabólico, porque supone que uno -el que ríe- se siente superior a otro, el objeto de la mofa. Pero no siempre es así. Visto desde la alturas, como yo escucho ahora los gritos de los niños en el piso de abajo, el humor también es angélico (Marechal dixit), porque se puede entender como la sonrisa que esbozan los ángeles ante las locuras de los hombres.
Además, mis hijos, de pronto, ya se han dejado de pelear.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Un doctorado honoris causa por Durero

Mañana, en mi universidad, entregan el doctorado honoris causa a Antonio López.
No soy quien para opinar sobre él, sólo un espectador de la pintura. Como todo el mundo, he visto algunas obras suyas, admirables. En realidad, no tengo nada interesante que decir, pero sí fui testigo de una pequeña anécdota suya (que él me perdone, pues no nos conocemos), en donde salgo de extra. Hace cuatro o cinco años, por alguna razón olvidada, estaba yo en Madrid y aproveché para meterme en una exposición sobre Durero en el Prado. Cuando terminé el recorrido, me dí la vuelta para encontrarme con algún grabado que me había impresionado en especial. De pronto, me topé con López, que andaba, junto a dos amigos, viendo el comienzo de la exposición. "Esta es la mía", pensé, "ahora voy a tener visita guiada gratis". Haciéndome el distraído, me acerqué hacia ellos, que se habían parado delante del cuadro de Adán. Puse la oreja al nivel de máxima audición, y esperé a conocer lo que el gran pintor tenía que decir sobre esa pintura magnífica. Al comienzo no distinguí nada, porque hablaba en voz baja. Pero luego empecé a interpretar unos sonidos confusos, algo así entre "uf, uf, uf" y "mmmmm", acompañados de suspiros de admiración. Vaya, pensé, a ver qué dice del siguiente. Sin mayores comentarios, pasamos al grabado de "El caballero, la muerte y el diablo". Continuaron los bufidos y murmullos, encadenados ahora con esta exclamación en voz baja:
-¡Es un titán! ¡Es un titán!
Así fuimos de uno en otro cuadro: siguieron las exclamaciones y los silencios. A la altura del grabado de San Jerónimo, ese en el que parece que se puede escuchar el rasguear de la pluma en la mano del santo, Antonio López se quedó señalándolo y dijo a sus acompañantes:
-Hay que saber lo que cuesta hacer esas líneas paralelas así, una detrás de otra. ¡Es un titán!


Por fin los dejé estar y me fui. Estas pocas palabras robé de unos minutos ajenos, y espero no haber sido demasiado indiscreto, ni entonces ni ahora. Alguno pensará, con razón, que me lo tenía bien merecido por cotilla. Sin embargo, tengo que decir que a mí me quedó la sensación de haber aprendido muchísimo. En cada gesto de la cara, en cada "hum" admirativo, había toda una lección de pintor a pintor. Y había amor por cada trazo, por cada línea, que entraba en la retina. Alguna vez me he preguntado si explicar un cuadro no requiere las mismas armas que hablar sobre una novela. Desde un punto de vista técnico, no lo tengo claro, pero, después de esta lección involuntaria que me dio Antonio López, he entendido que siempre es necesaria la pasión.  

martes, 25 de octubre de 2011

Repitiendo palabras de los otros

-Eres un copión, papá. Todo el rato leyendo ese libro tan gordo, Adán Buenosayres o como sea, y luego vas y escribes otro igual, con el mismo título, pero más pequeño. Eres un copión. Un copión y un flojo.

Estas cosas, criaturita, me decía el otro dia uno de lo pequeños. Pero no le faltaba razón: ¿qué hacemos los estudiosos de la literatura sino atisbar, escudriñar, dar vueltas alrededor de libros ajenos que sentimos como propios? Cuando somos buenos, somos copiones. Y si somos fieles a las hermosas palabras de los otros, si no nos inventamos un libro que no existe, sólo estamos aquí para explicar un poema, una novela, sin faltar a la verdad de su sabor, de su saber.

lunes, 24 de octubre de 2011

¡La hybris, idiota, es la hybris!

En Tebas se ha declarado la peste. Edipo el sabio, el poderoso rey Edipo, ha ordenado una investigación para aclarar las causas de la epidemia. Según sus informaciones, hay un ciudadano que ha cometido un crimen tan abominable que los dioses han decidido castigar a la ciudad que lo acoge. Hay que encontrar cuanto antes al culpable, y él, el justo, el honrado rey Edipo, no va a parar hasta expulsarlo de Tebas. Le da igual lo que le digan el adivino Tiresias, el buenazo de su cuñado Creonte o. incluso, su propia esposa Yocasta. Todos ellos le advierten de que no siga más allá, que deje de preguntar. Pero él sigue solo, como siempre en la vida, seguro de su victoria, hasta que, poco a poco, se va despejando la luz de la horrorosa verdad: él, el inmaculado Edipo, es quien ha manchado Tebas con sus crímenes: mató a su padre y se casó con su propia madre de quien tuvo hijos que son, a la vez, sus hermanos.
Tal vez para nosotros, Edipo tiene un enorme atenuante porque no sabía qué estaba haciendo (la conciencia, ese invento cristiano), pero, para esos buenos paganos que eran los antiguos antiguos griegos, la respuesta estaba clarísima: Edipo se había pasado. Siempre se creyó más de lo que era en realidad , un pobre mortal, y los dioses le castigaron por su hybris, una palabra que traduciríamos aproximadamente como soberbia, y que vendría a calificar la conducta de aquel que ha traspasado los límites que todo ser humano debe conocer de sí mismo. Nunca gobernamos del todo nuestra vida. Por eso es mejor no sentirnos los reyes del mundo. Dura lección para el tirano de Tebas, que acertó con el enigma de la esfinge, pero nunca supo la verdad más importante y espantosa sobre sí mismo, a saber, que sin darse cuenta hizo el mayor daño imaginable a quienes más quería.
Hoy la presidenta Cristina Fernández de K. ha ganado en la Argentina con una mayoría tremenda. Hace unas semanas, cuando yo estaba desayunando tranquilamente en Buenos Aires, leía esta perla suya: "El mundo va por un lado y nosotros,[su gobierno] a veces parece que va por otro, pero somos un país que realmente sabe lo que quiere y necesita, porque bla, bla, bla" y etcétera. Todo era a cuenta de que, en las aduanas del país, había cientos de miles de libros extranjeros retenidos y listos para ser devueltos a su lugar de origen, todos sacrificados en el altar de un proteccionismo económico digno del siglo XIX. Lo mismo se puede decir de otros productos de importación: neumáticos, juguetes o comida para gatos... ¿De verdad se puede reconocer que el mundo entero va por un lado y yo voy por otro, pero me da igual? La hybris es mala cosa. No es sólo a la Argentina a la que me refiero. Afecta a políticos de tantos lados que uno no sabe ya a donde mirar. Hace poco más de tres años nuestro angélico casi ex presidente se esponjaba en las Naciones Unidas explicando que España había superado económicamente a Italia y que poco faltaba para que atropelláramos a Francia. Qué tiempos aquellos, ¿verdad?. Si los políticos leyeran más a Sófocles no dirían tantas estupideces, ni superarían tanto sus límites. Al final a Edipo lo echan de Tebas y la peste desaparece de la ciudad. Los griegos eran más sabios: Nosotros sólo terminamos echando a nuestros tiranos de sus palacios de gobierno.

viernes, 21 de octubre de 2011

Fin de Eta y ¿comienzo de qué?

20 de octubre (día del fin de Eta) y 20 de noviembre (día de las elecciones): qué curiosa simetría. Eta ha empezado a pensar políticamente ahora que ya no la dejan pensar como asesina.

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Hace tres días, hablando con M. sobre la conferencia de San Sebastián, se me ocurrió decirle que el comunicado de Eta estaba muy cerca. No tiene mérito alardear de profeta: por desgracia, basta con seguir lo que ha ido diciendo Jaime Mayor Oreja en los últimos años. El comunicado de ayer no es más que el eslabón de una cadena en la que, si miramos para atrás, está el anuncio de la última tregua, la legalización de Bildu, la llegada a las instituciones de esta misma formación, la conferencia de San Sebastián, etc. Claro está que todavía quedan otros eslabones por cerrarse en ese proceso: el aterrizaje en el gobierno vasco tras las elecciones autonómicas. Y se me ocurre que todavía se pueden seguir haciendo profecías. Por ejemplo, no todos los etarras aceptarán vestirse de políticos burgueses, como están haciendo los de Bildu, que se ponen corbata cuando ya ha se pasado de moda. En realidad, una escisión es inevitable de los radicales entre los radicales.

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Me pregunto cómo llevará todo este tinglado el futuro gobierno del PP. Y cómo afectará un hipotético gobierno de Bildu en Vitoria a la imagen de desestabilización política que puede sufrir España. Algo nada bonito para afrontar esta crisis económica que no cesa, una crisis que depende tanto de unos mercados internacionales tan atentos a las malas noticias, sean las que sean. Los rifirrafes politicos internos también contribuyen a que los países pierdan esas esotéricas notas que ponen las agencias de calificación. Basta pensar en Bélgica, que es la siguiente pieza del dominó detrás de españoles e italianos.

jueves, 20 de octubre de 2011

Cada día como si fuera el último de nuestra vida

- Si os plantéais cada día como si fuera el último de vuestra vida, algún día acertaréis.
Estas palabras, u otras semejantes, han repetido algunos periodistas con delicia en las últimas dos semanas respecto al legado de Steve Jobs y su mítico discurso a los universitarios de Stanford. No tengo nada que objetar. Más aún, estoy totalmente de acuerdo con el mensaje. La única pega es que no es de Steve Jobs. Lo ha dicho mucha gente desde que el emperador Marco Aurelio se propusiera en una sentencia vivir cada día como si fuera el último de su vida.
Pero lo importante hoy es actualizar el mensaje, decirlo de forma casual, con un suéter negro y zapatillas de deporte. Y tampoco me parece mal: La verdad es siempre igual y distinta a sí misma, atraviesa los siglos, sacude las conciencias y se viste en cada tiempo de un ropaje diferente.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Tres motivos para escribir cuanto antes



Creo que a estas alturas de octubre tengo, por lo menos, tres motivos para escribir una entrada cuanto antes.
1) Primero: He estado fuera. En Buenos Aires y Montevideo, dos ciudades tan lejanas y tan próximas al mismo tiempo. Y en las dos, siempre que voy, me siento en casa. Buenos Aires, cálida y bullanguera, con esa mezcla tragicómica de refinamiento y horterada. Al cruzar la avenida nueve de julio, un cartel gigantesco, existencial y gruñón, con la foto de Ernesto Sábato, cubre una fachada de siete pisos. Y si uno mira para el lado de la calle Corrientes, otro mural igual de esplendoroso con cuatro tías despelotadas que no dan la impresión de utilizar el cerebro ni para ir al baño. Pongamos que uno sigue por Corrientes: se apunta al desfile de teatros, tiendas de discos y librerías estupendas (algunas sucísimas). No es raro que de pronto a uno le golpee en los ojos ese espectáculo insólito: "Borges para pibes". Pobres pibes.
Montevideo, con su grisura y su vida a medias, es algo distinto. No encandila a la primera (ni a la segunda, dirá más de uno), pero, poco a poco, se le va tomando cariño a esas veredas que parecen bombardeadas por biplanos de la primera guerra mundial. Y la gente es tranquila, entrañable. Esta vez me conseguí una bicicleta para pasear por los veintitantos kilómetros de paseo marítimo (Rambla le llaman los montevideanos). Cuando  perdí de vista la ciudad, la playa era idéntica a la de Cortadura, en Cádiz. Rafael Alberti decía que se iba a Uruguay de vez en cuando para escapar de la policía de Perón en Argentina, pero eso era cuento chino, seguro: lo que de verdad le pasaba es que  las playas uruguayas eran un retorno vivo a sus arenales de El Puerto de Santa María. 
2) Segundo motivo para escribir antes de que se acabe el día: como me descuide, se me muere el blog. ¿Por qué tanto silencio de pronto?, se preguntará alguno, pero sobre todo me lo pregunto yo. Seguramente es porque estoy trabajando mucho, metido como estoy con un proyecto muy interesante. No me llega el tiempo ni para pasearme un ratito por el blog. 
3) Y último motivo: Ayer fue mi cumpleaños. He observado que a muchos blogueros les gusta decir cuando es su cumpleaños para que les feliciten. Bueno, yo no voy a ser menos, aunque llego tarde, ya lo sé. Pero esa es la manera de que me felicite quien le dé la gana,¿no?