jueves, 30 de junio de 2011

La hipermnesia literaria

Moscú, años veinte. En la redacción de un periódico, el director llama por la mañana a todos sus reporteros para dar las instrucciones del día. Mientras va despachando soviéticamente a uno detrás de otro, repara en que un periodista joven y miope no ha traído bloc de notas para apuntar todo lo que debe decirle. "¿Qué hace usted que no escribe nada?, le espeta muy enfadado. "No lo necesito. Recuerdo todo lo que usted ha dicho", le contesta el otro muy tranquilo. Y a continuación le repite, palabra por palabra, inflexión por inflexión, sus últimos diez minutos de charla. A Solomon Sereshevsky -así se llama el periodista memorioso- se lo llevan a un famoso neurólogo para que lo estudie. El Doctor Lúrya tiene a Solomon bajo observación durante treinta años y llega a la conclusión de que es un caso increíble de hipermnesia (lo contrario de la amnesia, digamos). Se le recita, por ejemplo, una serie de cuarenta números sin relación entre sí, y Solomon la repite a la perfección. Treinta años después se le pregunta de nuevo y el conejillo de Indias vuelve a contestar sin un solo error.
Mis alumnos recordarán -nunca un verbo más oportunamente dicho- el cuento borgiano, "Funes el memorioso". Siempre lo he explicado como un relato fantástico y ahora, al conocer la increíble historia de Sereshevsky, veo que nos hundimos en el tópico de que la realidad iguala, o supera, a la ficción.
Desde luego, hay paralelos. Señalaré tres:

1) Lúriya diagnosticó a Shereshevski una forma sumamente fuerte de sinestesia, por la cual el estímulo de uno de sus sentidos produce una reacción en los demás. Por ejemplo, si Shereshevski oía un tono musical él veía un color inmediatamente, un toque activaría una sensación de sabor y así sucesivamente por cada uno de los sentidos. 
Y en Borges leemos:
 "Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra [...] Esos recuerdos no eran simples; cada imagen estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc."

2) A Solomon le costaba recordar las caras de las personas, porque le parecían muy cambiantes.Por su parte, el ficticio Funes recordaba "las muchas caras  de un muerto en un velorio" o "su propia cara en el espejo, sus propias manos lo sorprendían cada vez".

y 3) Solomon, en cierta ocasión fue a comprar un helado, pero la respuesta de la vendedora le trajo de golpe una catarata de recuerdos (una avalancha de carbón y cenizas, dice) que le impidió seguir hablando. La permanente acumulación de recuerdos le impedía, en definitiva, llevar una vida normal y trató desesperadamente de olvidar. Borges, por su parte, da un toque poético a una experiencia semejante de su personaje:
"Funes sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de espuma que un remo levantó en Río Negro". Como Solomon, a Funes esta  monstruosa memoria lo destruye vitalmente. Su único afán es dormir y olvidar sus infinitos recuerdos.

¿Se inspiró Borges en el memorioso Solomon para su relato? Sin duda lo conoció, porque en su despacho de la Biblioteca Nacional tenía el libro de Lúrya The Mind of a  Mnemonist, dedicado a su asombroso caso  (Laura Rosato y Germán Álvarez, Borges, libros y lecturas, Bs As, 2010, p. 233). La fecha de este libro (1969), sin embargo, es posterior a "Funes...". Pero entonces, ¿cómo explicar estas y otras coincidencias? De todas formas, se inspirase o no, la literatura borgiana sigue siendo un eterno laberinto de la memoria.

martes, 28 de junio de 2011

Silencios y despertares

Como casi siempre, esta noche, a las dos de la madrugada, salí a la terraza.
Sólo se escuchaba el silencio. Soy experto en insomnios y sé que, a esas horas debiera sentirse el rumor de los camiones que atraviesan el valle cada diez minutos. Por un momento disfruté de esa intimidad que sólo da la noche a solas. Pero después, movido por la manía de analizarlo todo, pensé: "Debe de ser por la crisis. Ya no hay movimiento ni en las carreteras". Se me atragantó el silencio de fuera y regresé a la cama, donde traté de dormir en medio de un nuevo ruido que me bullía por dentro.
A la mañana nos despertó el alboroto de la luz y de los pájaros. Es el sol de junio, de principios del verano. El comienzo de la vida, de nuevo. Como todos los años. Como siempre.

viernes, 24 de junio de 2011

Un clásico brasileño y otro francés

Quizá lo más interesante que nos ocurre está en los libros que leemos. Esta semana ha sido cálida y monótona, como corresponde al mes de junio. En medio del sol y de la nada, la mesilla de noche se va despejando, pero tengo todavía variios libros a medio terminar, o ya terminados. Estos dos, por ejemplo.
1. Cuentos de madurez de Joaquim Maria Machado de Assis. Qué enorme redescubrimiento. Conocía dos o tres novelas suyas -Helena, Don Casmurro, las Memorias póstumas...-, pero no había entrado hasta ahora en sus relatos extraordinarios. Si, en vez de haber nacido brasileño y en el siglo XIX, hubiera sido francés, estaríamos hablando de un clásico universal. Seguro. Hablaré de este libro en mi otro blog más despacio.
2. La cartuja de Parma de Stendhal. Lo leí a los diecinueve años y me decepcionó. Me costaba seguir las idas y venidas de Fabricio, al que no le veía la gracia, ni tampoco me convencían los otros personajes principales. Ahora, tanto tiempo después, me he quedado deslumbrado con el envión de las cien primeras páginas. Toda la descripción de la batalla de Waterloo, en donde el autor se esmera con una mirada modernísima-, es de lo mejor que he leído nunca en cuanto a páginas bélicas. Fabricio ve, a lo lejos, las masas de franceses huyendo de los cosacos y todo recuerda al cuadro del Coloso de Goya (que es de Goya, aquí, sobre las dudas de atribución). Esa misma atmósfera caótica de los hombres metidos en medio de un espectáculo de muerte que no entienden, la intentó plasmar Tolstoy en Guerra y Paz. Pero el ruso, siempre tan moralista, quería decir demasiadas cosas y, en la comparación, Stendhal le gana la batalla.
Cuando Fabricio vuelve a casa, la novela baja muchísimo, creo. Los enredos galantes en que anda el protagonista no tienen la fuerza del principio. Después de un enfrentamiento tan directo con la muerte, ¿cómo seguir con las tonterías de un niño de mamá y su tía enamorada? Naturalmente hay momentos muy buenos aquí y allá. Mientras termino la novela, pienso en cómo Stendhal, cuando escribe, trata de seducir a sus señoras lectoras. Cómo halaga al sexo femenino. Pero no todos somos damas francesas del siglo XIX.
Me convence mucho más Machado de Assis y dejo en el plato los pastelitos de la Cartuja.

jueves, 23 de junio de 2011

Ay, San Antonio





Uno de los cuadros que más me gustó de la exposición sobre Lorenzo Lotto en Roma: este de San Antonio. Arriba el santo, al que le susurran ángeles, más rápidos que internet. Abajo, la multitud, que tiene algo de goyesca, entregando papelitos. Y en medio, los asistentes del santo; uno, con cara de bueno, el de la izquierda; y otro, menos paciente, mandando callar a los meteprisas.
Misterio grande este de la intercesión de san Antonio, que todo lo encontraba ya en el siglo XVI.

miércoles, 22 de junio de 2011

Vivir dentro de un cuadro

Cierto visitante ilustre escribió de nuestro campus que parecía pintado por Poussin, con sus praderas verdes, suaves, onduladas. Lo dijo con secreta mala leche porque a él no le gusta el pintor francés. Ni a mi, por cierto. Y, sin embargo, me encanta pasear por el campus, sobre todo a primera hora, cuando el sol todavía está recién despierto. Seguramente la analogía con Poussin es falsa, porque un medio de disfrutar de un cuadro es soñar con vivir dentro de él.
Soñar con un Poussin tiene el riesgo de quedarse de charla con gente aburridísima. Irse a un Chagall, por ejemplo, sería como vivir en una película checa de dibujos animados. Ni hablar de juntarse a un Picasso o un Munch. Saura ya sería una pesadilla. En un Botero me echarían del cuadro los personajes por falta de espacio.
Uno se iría a un cuadro de pintura flamenca o italiana del Renacimiento. Un Bellini, un Lotto o, sin duda, este Carpaccio:



martes, 14 de junio de 2011

La cultura según Bajtín

Existe la creencia muy poderosa, pero unidireccional, de que para comprender mejor una cultura extranjera, uno está obligado a sumergirse en ella, olvidarse de la de cada uno, y ver el mundo a través de los ojos de esa nueva cultura. Esta idea es, como ya dije, demasiado monolítica. Por supuesto, una cierta entrada en ese mundo, la posibilidad de conocerlo desde su punto de vista, es una parte del proceso para entenderlo. Pero si éste fuera el único aspecto de esa comprensión, entonces estaríamos sencillamente copiando la nueva cultura, reduplicándola, no enriqueciéndola ni enriqueciéndonos. El conocimiento verdaderamente creativo no renuncia al pasado de cada uno, a su espacio propio en el tiempo, a su propia cultura. Y no olvida nada. Para conocer es importantísimo situarnos fuera del objeto de nuestro conocimiento creativo. Uno nunca llega realmente a comprender todo por sí mismo. Las ventanas y las fotografías no nos ayudan. Nuestra realidad sólo puede ser vista y comprendida mejor por los otros, porque ellos están localizados fuera de nosotros en el espacio y porque ellos son otros.

(Mijaíl Bajtín, Respuesta a unas preguntas de Novy Mir; la traducción es mía)

lunes, 13 de junio de 2011

Una relativa distancia

Compruebo que cada vez escribo menos sobre mi familia (y otros animales) en el blog. Mis hijos van creciendo y el tiempo les va regalando propiedad sobre sus vidas. Es tal vez lo que nos trae a los padres el paso de los años: el lento alejamiento de aquellos seres que aparecieron, de pronto, como una emanación increíble de nosotros mismos. Durante años creímos que su intimidad no existía, que era un asunto entre ellos y nosotros.El cuerpo de los hijos como una prolongación misteriosa del nuestro. Pero, poco a poco, se van desgarrando las junturas. Entonces uno va pidiendo permiso para entrar en sus vidas y muy pronto irá tocando contemplarlas a una relativa distancia.

Borges y el patchwork

Muy pocos escritores hispánicos han alcanzado una repercusión tan universal como la de este argentino con fama de conservador en política, irreverente en literatura y escéptico en casi todo lo demás. Superando las fronteras de la literatura en lengua española, tantas veces desoída en el mundo francés o anglosajón, su obra ha encandilado a filósofos, críticos literarios, científicos, historiadores y gurús de la posmodernidad como Foucault, Braudillard, Eco, Bloom, Genette, Paul de Man o Steiner. ¿Cómo ha podido suceder esto? El gran descubrimiento de Borges, si se puede decir así, ha sido comprender, antes que nadie en pleno siglo XX, un viejo adagio latino: que no hay nada nuevo bajo el sol. O, dicho de otro modo, que la originalidad en la cultura es un mito moderno y que la literatura se basa en la repetición con variaciones de unos cuantos temas fundamentales. Por eso, si algo caracteriza a su literatura, es su increíble capacidad para combinar los fragmentos más  dispares del saber universal: una cita literal de la Estética de Croce con una referencia budista, un tratado de mística medieval con unas palabras de Shakespeare. El vertiginoso inventario de menciones a otros textos leídos anteriormente da como resultado una obra única, elaborada en un castellano depurado y singular. Y, por encima de todo, una rarísima paradoja: Borges, el escritor que hizo del saqueo de las obras de otros su seña de identidad, ha sido citadísimo por tirios y troyanos. Aquí y allá salen a voleo sus sentencias sorprendentes, iluminadoras. Una cita suya puede ser provocativa (“La metafísica es una rama de la literatura fantástica”), romántica (“No nos une el amor sino el espanto./ Será que por eso que la quiero tanto”), existencial (“Ya somos el olvido que seremos”), o incluso atmosférica (“La lluvia es una cosa que sucede en el pasado”)…
Hoy en día la tormenta de ideas del maestro argentino ha encontrado su refrendo en la literatura y más allá. Hay todo un arte del patchwork y el reaprovechamiento de materiales ajenos que va desde las alusiones literarias de Blade Runner o Matrix hasta la puesta en escena de Lady Gaga o los guiños cinéfilos de los Simpson. Borges lo vio antes que todos ellos.
(publicado en La gaceta, en el aniversario de la muerte de Borges, coincidiendo también con el de la muerte de Chesterton, cincuenta años antes).

sábado, 11 de junio de 2011

Seducir

Un hombre y una mujer están en la cama, leyendo. El hombre baja el libro y de repente dice:
- Me voy a Finlandia el próximo jueves.
- ¿A Finlandia? ¿Pero qué se te ha perdido en Finlandia?
Él explica que tiene negocios que cerrar en Helsinki y que no le queda más remedio que ir hasta allá. No, no será mucho: antes de una semana estará en casa. Y claro que no tendrá tiempo para nada. Se quedará en el hotel, por supuesto. Ella insiste: ¿cómo es posible que no pueda hacerse todo desde Madrid? ¿Y no tiene gente en quién delegar?
Él se deja convencer.
Ella le hace un gesto que los dos conocen bien. Luego apagan la luz. A lo largo de la noche se puede apreciar desde fuera de la casa que la habitación se enciende y apaga varias veces. A la mañana siguiente, él pregunta:
- ¿Por qué no te vienes conmigo a Finlandia?
Ella se deja convencer.

jueves, 9 de junio de 2011

Tabúes imperiales

No diga "moro", diga "magrebí" (por respeto al mundo islámico).
No diga "negro", diga "subsahariano" (por respeto a la mayoría de los habitantes que viven más abajo. Los negros que viven más arriba y los blancos que viven en Zimbabwe, Sudáfrica, Angola, etc. no cuentan).
No diga "negro", diga "afroamericano", "afroespañol", "afrocubano", etc. (por respeto a los descendientes de esclavos).
No diga "Siglo de Oro", diga "Temprana Modernidad" (por respeto a los esclavos del malhadado Imperio español en América) .
No diga "Hispanoamérica", diga "Latinoamérica" (por respeto a los historiadores del imperialismo francés del siglo XIX).
No diga "hispano" o "hispanoamericano", diga "latino" (por respeto al modismo dominante en el Imperio yanqui. El respeto al imperio romano y su idioma no es necesario).

martes, 7 de junio de 2011

Ya somos el olvido que seremos

El 25 de agosto de 1987, Héctor Abad Gómez, médico de profesión, fue acribillado a balazos en una calle de Medellín. En el bolsillo de su camisa se encontró un listado de las personas amenazadas por los sicarios -entre ellos, él mismo-, y un desconocido soneto firmado por Jorge Luis Borges. El hijo del finado, el novelista Héctor Abad Faciolince, escribió tiempo después un libro de homenaje a su padre,  un hombre culto y honesto que pagó con la vida su defensa de los derechos humanos. El título del aquel libro (El olvido que seremos) citaba , recortado, el maravilloso endecasílabo que daba pie al secreto poema de J.L.B.

Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y que no veremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y del término, la caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte y las endechas.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo
esta meditación es un consuelo.


Quizá el arranque es demasiado poderoso y la temperatura se va perdiendo, sobre todo a medida que nos internamos en la segunda mitad del poema. Pero todo soneto tiene sus cumbres y sus valles. Y aquí hemos subido muy alto en el inicio. Ahora bien, lo más curioso de todo el asunto relacionado con el presunto poema de Borges es que éste nunca lo incluyó en sus Obras completas. Más aún: en aquel entonces no se sabía que lo hubiera publicado nunca. ¿Cómo había llegado a un culto médico de Medellín, Colombia, desde la lejana Argentina? ¿No sería un apócrifo? Ya ha habido antecedentes como el desdichado "Instantes" que se pasea con éxito inmerecido por internet.
El caso es que el otro día mi amigo y colega Andrés Eichmann me hizo llegar un libro reciente que trata de descifrar los vericuetos por los que ese enigmático poema sobre la muerte terminó entre los últimos efectos personales de Héctor Abad Gómez. Los falsificadores de Borges de Jaime Correas (Buenos Aires, Alfaguara, 2011) sigue un intrincado rastro de casualidades, falsificaciones, coincidencias, manipulaciones y anécdotas asombrosas hasta dar con el origen en una heroica revista de estudiantes universitarios publicada en  Mendoza, Argentina, durante los años ochenta. El libro se lee como una pequeña novela de suspense filológico, en donde no faltan esos personajes estrafalarios que pueblan la vida literaria de todos los tiempos. Y, al final, queda la sensación de que la vida, laberíntica y misteriosa, ha imitado a la literatura de Borges.

viernes, 3 de junio de 2011

Moderación de comentarios

Desde el comienzo puse en el blog la función de moderación de comentarios. Hay mucho loco circulando por la red, pensé. Pero la experiencia ha sido tan buena que tuve la suerte de no censurar nada, que yo recuerde, salvo una vez en que el elogio era desmedido. Las divergencias han sido todas muy respetuosas. Hace unos días estuve tan ocupado que abandoné por completo el blog. Para no hacer esperar a los comentaristas, con los que siempre me siento en deuda, decidí suprimir la función de moderación de comentarios. Pero ahora la he vuelto a poner. No por temor a los comentarios, sino por reacción a la penúltima ley Pajín: leáse AQUÍ. ¡Qué manía tiene esta señora con meterse en la vida de los demós y las demás!
Pero aún hay más cosas. En estos días se me viene atragantando el anteproyecto para cargarse la libertad de los padres a la hora de escoger el colegio de sus hijos (o también ley de igualdad de trato y no discriminación). Dicho en crudo: ¿podremos mi mujer y yo pagar el colegio el año próximo, o el siguiente? ¿nos veremos obligados a llevarlos a otro porque unos individuos han  decidido que segregamos a nuestros hijos? Como mínimo, esto debería ser materia opinable. El propio gobierno reconoce que las reservas que tiene acerca de la educación diferenciada son de orden político, no técnico. Esto estaría muy bien si se limitaran a meter a sus hijos en el colegio que les diera la gana y dejasen en paz a los demás para que hagamos lo que nos parezca mejor. Pero no. Lo de la libertad no es uno de sus puntos fuertes. Lo suyo es la igualdad.
En Italia, Bélgica, Portugal, Inglaterra, Francia y Alemania las leyes declaran explícitamente que la educación diferenciada no es discriminatoria. También lo tienen claro el Consejo de Estado o el Tribunal Supremo en España. Pero a Pajín y compañeras/os les da igual: son los campeones de la igualdad. Por el momento, crucemos los dedos para que no me moderen este comentario.

jueves, 2 de junio de 2011

Mesilla de noche

Como siempre, tengo la mesilla de noche hecha un revoltijo de libros que no termino de leer. Voy a tratar de poner un poco de orden haciendo un listado de lo que vale la pena y lo que es mejor abandonar. Allá va:


1) Umberto Eco: Historia de la belleza. Bonito y superficial. Casi todas las ideas son un refrito de lugares comunes sacados de un manualillo de estética o de cualquier otro libro del autor. Muchas imágenes hermosas (sólo faltaba), y citas de escritores, artistas y críticos. Eco debe de tener un oído enfrente del otro, porque nunca menciona a la música (salvo a los Beatles, y al final). Este libro tiene, además, otro inconveniente fundamental: no sirve para leerlo en la cama, porque, cuando te pilla el sueño, cuesta mucho sostenerlo de tan pesado que es. Digan lo que digan, no se descansa bien con un libro en la cabeza.

2) Miguel Gomes: El hijo y la zorra. Llevo años siguiéndole la pista a este narrador y crítico venezolano. Relatos bien estructurados y finamente escritos, con su dosis contenida de truculencia. Ambientes norteamericanos, a veces un poco en la línea de Carver o Wolff. Lo malo es que los libros de Gomes son difíciles de conseguir en España.

3) Juan Gabriel Vásquez: El ruido de las cosas al caer. Este libro aún no lo he leído, pero tiene varias cosas buenas. Una de ellas es que es delgado. Si me entra el sueño, no me doy un golpe con él. En segundo lugar, una sorpresa: lo han distinguido con el Alfaguara de novela 2011. Hoy en día siempre se premian mamotretos y, por su tamaño, éste se sale de la norma. Y en tercer lugar, Vásquez escribe muy bien, lo que ya es cierta garantía.

4) Javier Sánchez Menéndez: Una aproximación al desconcierto. Poesía. Lo leí de una atacada y pensé: Nicanor Parra + Cádiz. Sarcasmo y guasa. Y de pronto, algún momento fuerte o dramático. "Impredecibles/ hicieron el amor/ muertos de miedo".

5) José Julio Cabanillas: Después de la noticia. Más poesía, ésta exquisita, clásica y neosimbolista. Visitantes misteriosos, iluminaciones, desasosiego y fe. Como sucede con otros poemarios del autor, para releer.

6) Víctor González: El hombre sin ayer. Más de la mitad de los microrrelatos lo debí de leer en el blog del autor. Pero, de vez en cuando, me sigo riendo a carcajadas. Qué gusto dormirse así, dice a mi lado mi mujer,  que está entusiasmada con su novelón. Pero creo que me envidia.

7) Nicolás Maquiavelo: El príncipe. Hace muchos años me lo recomendó una diputada socialista, amiga de mi familia. Luego recuerdo que un inteligente político del PP (¿Vidal-Quadras?) habló de él con admiración. Por desgracia, El príncipe consiste en una lección de cómo es la política, no de cómo debería ser. Los políticos españoles no deberían leer estas cosas. Nos iría mejor si les gustase Tintín.

miércoles, 1 de junio de 2011

Escritura y olor

Como ya expliqué en algún otro lugar (o sea, aquí), nada mejor para matar caracoles en un jardín que un buen vaso de cerveza. Les atrae su olor ácido y, sólo con tocarla, se queman con el alcohol. Este año dispuse barra libre entre las fresas para que los intrusos se sirviesen a gusto. Pasaron las semanas y la invasión de los gasterópodos no se producía. Las hojas aparecían cada mañana sin agujeros y, día tras día, despertaban las flores y los frutos. Hoy he comprobado unos cuantos mordisquitos entre las fresas más maduras. Seguí el rastro de los ataques entre las hojas hasta que llegué al primer vaso trampa. En el interior -ámbar y tierra- flotaba algo así como un círculo gris, tal vez un hongo producido por la cerveza fermentada. Pero luego me dí cuenta de que al círculo hinchado le salían deditos.
¿Cuántas horas debió de pasar el ratón ahogado? Una mezcla de pena y asco se me prendió de la nariz después de tirar el vaso al contenedor de la basura. Y escribo esto a ver si consigo quitarme el olor de encima.