viernes, 29 de octubre de 2010

Vargas Llosa, el liberal

Semanas después de la concesión del Nobel a Vargas Llosa, la gente sigue parándose para felicitarme. Todo esto estaría muy bien si no fuera porque Mario todavía no me ha telefoneado para repartir beneficios. En cualquier caso, compruebo que muchos (más en Hispanoamérica que en España) siguen repitiendo el sofisma de que hay dos Vargas, uno "bueno" y otro "malo". El bueno sería el intelectual de los años sesenta, el autor de Conversación en la catedral, el escritor comprometido con la izquierda y la causa cubana. El malo es el vendido al Capital, el ganador del premio Planeta, el neoliberal cínico y sonriente. "Si se lo hubieran dado a finales de la década del sesenta hubiera sido justo", declararon medios oficiales del castrismo, como si tuvieran que habérselo quitado después.
A mí me parece, en realidad, que esta división es falsa: Vargas Llosa ha sido, con todos los matices que Uds. quieran, el mismo. Es decir, el mismo hombre descreído y relativista, alérgico al dogmatismo y a la autoridad absoluta. Si uno se molesta en leer, por ejemplo, una conferencia clásica del año 67, "La literatura es fuego", encuentra afirmaciones como la siguiente: "Tendremos que seguir [los escritores] demostrando que el dogma, la censura, la arbitrariedad son enemigos mortales del progreso y la dignidad humana, afirmando que la vida no es simple ni cabe en esquemas, que el camino de la verdad no es siempre liso y recto, sino a menudo tortuoso y abrupto, demostrando con nuestros libros una y otra vez la espantosa complejidad y diversidad del mundo y la ambigüedad contradictoria de los hechos humanos". No sé de qué se extrañan algunas gentes de la izquierda radical: con estas ideas era imposible que durara mucho tiempo echándole incienso a la revolución.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Happy World

Al principio teníamos un poco de angustia. Todo ese aire nuevo circulando por las nubes y los aviones echando el gas por encima de los edificios. Las informaciones eran confusas. Seguro que están echando heroína diluida, decía el abuelo. Pero el abuelo no se entera: la droga no tiene ese color tan raro. Además, en el telediario vimos a nuestro presidente advirtiendo de que sólo se trataba de una medida sanitaria. Para conseguir una mejor salud social era necesario que viéramos las cosas responsablemente. Que actuásemos con serenidad. Que saliéramos a la calle sin miedo.
Y salimos. Primero los mayores y luego los niños. Para nuestra sorpresa todo olía mejor, como una especie de almizcle y especias finas. Alguno quiso de pronto llevar la contraria y se tapó la nariz un par de minutos, pero luego no pudo más y tragó todo de golpe. Pasada una media hora vi al primer hombre abrazando a una mujer. Era tanta nuestra armonía que se desataron las lenguas y todos hablamos a la vez, con la misma voz y las mismas palabras. La gente se quería. Algunos se tiraban a la hierba del parque y se besaban, pero la mayoría preferíamos hacerlo en cualquier lado. Tanto nos queríamos que nos daba igual quien se echara en nuestros brazos. Cuando a alguien le entraba el miedo, íbamos al centro de salud y regresábamos con los remedios oportunos.
Por eso estamos aquí, ahora, todos de la mano, unidos en un mismo ideal, persiguiendo con palos y cuchillos a quien se opone a nuestra felicidad. No vaya a ser que algún intolerante haya salido con mascarilla.

martes, 26 de octubre de 2010

Inercia uruguaya

Desde mi última entrada no he vuelto a entrar en el blog. En ese tiempo estuve en Uruguay, hartándome de clases y de dulce de leche. A propósito de este manjar, un día metí la pata hasta el fondo delante de mis alumnos:
-Borges es más argentino que el dulce de leche, dije. 
Nunca soltara semejante cosa: ahí tuve que pedir perdón de inmediato y, además, reconocer que el dulce de leche uruguayo es riquísimo, mejor que el argentino (algo que, me perdonen mis amigos argentinos, creo sinceramente). Es curiosa la relación que existe entre los alimentos y el espíritu patriótico de cada uno. Podemos disfrutar de las bondades de los otros pueblos, pero jamás aceptaremos que nuestro vino, nuestro aceite o nuestra carne sean iguales o peores. Es una opinión que he visto confirmarse en muchos países, empezando por el mío.
Entre Buenos Aires y Montevideo hay diferencias aunque sea un tópico decirlo. La primera se vive a toda velocidad, mientras que en la otra uno se deja llevar por el paso de las horas. Cierta tristeza como de provincias, cierta indolencia indefinible se apoderan de la ciudad y de quien la habita. Por allá se ve a la gente a pasar las tardes de los domingos mirando el inmenso Río de la Plata. La cosa se pondría poética si no fuera porque muchos se meten con el bocata de chorizo en el coche para contemplar el espectáculo. Pero esa mezcla de grisura y choripán no quita para que Montevideo sea también un lugar entrañable, con bonitos edificios art decó y una Rambla maravillosa. La tentación sería hacer literatura y citar algún cuento de Onetti, pero yo me acuerdo de lo que me dijo un alumno perspicaz:   
-Uruguay está bien para pasar la infancia o para quien haya cumplido ya más de cuarenta años.
A mí -que estoy hace tiempo metido en uno de esos dos grupos de edad-, se me pegó la inercia montevideana. 

lunes, 18 de octubre de 2010

Extrañas coincidencias

En su diario Bioy Casares anota que un día le comunicó a Borges:
-Dentro de unos días viene Enrique Anderson Imbert a Buenos Aires.
A lo que el otro respondió:
-Qué bien, en medio de tanta gente, a lo mejor tendremos la suerte de no encontrárnoslo.
Borges se equivocaba: en Buenos Aires te encuentras a todo el mundo. El otro día había quedado yo en la avenida de Mayo con una amiga escritora y, antes de llegar, vi a un colega español comiendo tranquilamente tras la vidriera de un restaurante.
-Pero, ¿qué haces aquí?
-Pues nada, yo, de paso para Paraguay me he quedado un día. ¿Y tú?
-Yo voy a ver a M. a una cuadra de aquí.
-Ah, pues te acompaño, porque también quería saludarla.
Ahora vuelvo de una visita a un museo de arte latinoamericano, el MALBA. Mientras estaba intentando que me gustara un cuadro de Botero, escuché una voz detrás:
-¿Javier?
Zas, una ex-alumna que está cursando un semestre en una universidad de acá.
No digo yo que estas coincidencias no sean agradables, que lo son. Pero el asunto empieza a inquietarme. Si sólo llevo unos pocos días y ya me he encontrado con dos personas conocidas, ¿qué me sucederá en el futuro? Las posibilidades de otros encuentros menos felices aumentan. ¿Y si, por ejemplo, mañana me encuentro, un suponer, a Zapatero buscando libros de su autor favorito, Borges, en una librería de la calle Corrientes? Lo mejor es que haga ya las maletas y salga de esta ciudad tan atrayente.

domingo, 17 de octubre de 2010

Diario de viaje de Bioy

A mí me parece que, cuando a los escritores famosos les publican un libro póstumamente, por algo será. Normalmente sólo hay dos opciones posibles: o el texto es malo, o muy malo. Sin embargo, del diario de Bioy Casares han ido saliendo cosas interesantes como aquella selección monumental dedicada a Borges. Ahora aparece esta miniatura, Unos días en el Brasil, que refleja sus experiencias en un congreso del PEN club en Río, allá por 1960. Se lee de una sentada esta historia que empieza con un recuerdo galante durante un crucero galante nueve años atrás. Bioy está desayunando tranquilamente en el comedor del barco y de pronto pasa junto a él una joven y bellísima pasajera que "con asombrosa lentitud" se desploma. "Me explicaron que se habría desmayado de amor por mí", recuerda Bioy, "era una brasilerita droada y rojiza, de ojos azules". Por supuesto, el homenajeado no desaprovecha la ocasión y mantiene un affaire parisino con Opheliña que concluye en una despedida romántica hasta el día en que vuelve a Brasil. O, mejor dicho, no se reanuda, porque Bioy va anotando la esperanza absurda de reencontrársela por la calle, mientras describe con fina ironía el ambiente del Pen club, lleno de pesados y vanidosos.Al final hay una sorpresa que no contaré, porque el texto, sin proponérselo, se va pareciendo a un cuentod e trama ligera pero agradable. En resumen: una obra menor que interesará a quienes gustaron de otros libros de Bioy.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Caminatas por Buenos Aires


De nuevo en Buenos Aires, voy anotando impresiones de viaje. Me gusta andar solo y confundirme con la gente. Como dice Bioy Casares en un diario de viaje a Brasil, probablemente juego a los riesgos de la aventura y de la soledad, sin correr riesgo.

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Visita a una escuela de Letras, situada en el octavo piso de un venerable edificio de principios del siglo XX. Fue construido para acoger a la embajada austrohúngara, pero, tras la Gran Guerra, debió utilizarse para otros fines. Mientras subimos en el tranquilo ascensor de hierro forjado, contemplo, piso a piso, las ruinas en que se ha convertido la casa por dentro. Al llegar arriba, nos abren la puerta y nos encontramos con un local modesto pero pulcro, con puertas y pasillos que recuerdan un esplendor no tan lejano. Desde la terraza, sombreada por una torre belle époque, se divisa el Río de la Plata, magnífico, y los intermitentes rascacielos de Puerto Madero. Hablamos con los responsables de la iniciativa de la escuela de escritores, que tiene más de doscientos cincuenta alumnos. Los directores parecen gente seria y entusiasta. Por fortuna ella es economista y él ingeniero. Estas cosas es mejor no dejarlas a los de letras.
Al regresar por el ascensor, se me ocurre que quizá Buenos Aires sea, a una escala mayor, como lo que he visto en el edificio austrohúngaro : una decadencia interminable y, al mismo tiempo, una vitalidad sin límites.

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Me gusta husmear en las librerías de saldo, abiertas con su boca sucia a la vereda de la calle Corrientes. Algunas veces encuentras tesoros, aunque casi lo más sorprendente sean esos fondos inacabables de álbumes ilustrados de los años setenta del siglo pasado, del tipo Grandes batallas de la historia o Enciclopedia del fútbol argentino. Entro en una de mis librerías favoritas: muy cutre y mugrienta, con las paredes decoradas a spray con los nombres de escritores célebres. Algo así como el canon literario del dueño: Lorca, Shakespeare, Freud, Borges, ¡Marechal!, Catulo, Lacan, Cervantes... el Señor. Me quedo pensando un momento y, de pronto, caigo en que se refiere al Autor de la Biblia.

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Alguien me enseña una fotografía reciente del periódico La nación en la que sólo se muestran en primer plano las piernas de Angela Merkel junto a las de Cristina Fernández de Kirchner. "Las piernas no son muy lindas", me dice agudamente, " pero es como un símbolo de los dos países y sus presidentas. La Merkel tiene las plantas bien gordas y en el suelo, y la señora K. está con esos tacones altísimos, como en el aire y con equilibrio precario".
Creo, por cierto, que la foto demuestra unas dotes de observación muy femeninas; y el comentario, esto sí lo puedo decir con certeza, me lo ha hecho una mujer.



domingo, 10 de octubre de 2010

Adiós

Nunca me gustó demasiado la poesía de Enrique Molina. Lo intenté una y dos veces. A la tercera fue la vencida, por culpa de un manual de literatura hispanoamericana que estuve terminando antes de que él terminase conmigo.
Este poema de Molina lo escribió poco tiempo antes de morir y se titula "Adiós". Lo seleccionó Luis Alberto de Cuenca en sus Cien mejores poesías de la lengua castellana.


Un día más, sólo un minuto más, para estar vivo

y despedirme de cuanto amé.

Para decir adiós a las cosas que vi y toqué mientras moría.

desde el instante mismo en que nací.

Y vino el niño con el premio que ganó en el colegio por su sabiduría,
y el ala de la gaviota golpeando en el infinito con su vuelo,
vino la cabellera derramada y el rostro de la misteriosa
mujer que estuvo a mi lado, en el lecho sin que yo lo supiera,
y el río con su lenta corriente musculosa
a través de cada mueble, de cada objeto y de cada gesto
de quien me ve partir, ¡oh, Dios mío!

Un instante más aún en el suelo que pisé,
en el aire de mi respiración
sofocada por el amor, en los vestigios de la pasión
con cuanto -mosca o sol- me deslumbró en este extraño
planeta, donde perduré año tras año, presintiendo
este límite de espumas, este revuelto torbellino
de la despedida, yo, que tanto fui deslumbrado
por la centelleante atracción de la tierra,
por cuanto fue caricia o solamente un espejismo del mundo
en mi destino.

Así pues, despídome de los caballos, de la canoa,
los pájaros, el gato y sus costumbres. Déjame
una vez más mirar las flores y la lluvia. Es éste
el trágico momento en que uno descubre
el delirio misterioso de las cosas, sus raíces secretas,
el instante supremo de decir adiós
a cuanto se adoró en esta vida.


PD: Cuando descubrí este poema, me entusiasmó y se lo leí en voz alta a mi mujer mientras estábamos en el coche esperando a que los niños salieran del colegio. Era tan emocionante y estábamos los dos tan conmovidos que, cuando T. pegó un golpetazo en el cristal para que le abriéramos, nos dio un susto de muerte.


jueves, 7 de octubre de 2010

Se lo merece

-Bueno, por lo menos se lo han dado a alguien famoso, no como siempre, que se lo dan a una rumana que no la conocen ni en su casa a la hora de comer, dijo mi mujer.
-Según, le contesté yo.- Hace años puse en un examen una pregunta sobre su obra y un alumno algo duro de oído escribió "La narrativa de Bargachocha".
-Eso te pasa por no molestarte en hacer copias en papel de las preguntas. Eres un vago.
-Eso es verdad, un vago y un irresponsable. ¿Y sabes qué? Que cuando estuve en Münster dando un curso sobre literatura peruana contemporánea, les pregunté a los alumnos quién era Vargas Llosa y sólo dos sabían quién era. Y uno de ellos tenía sesenta años por lo menos.
-Vaya, pues la cultura general de tus alumnos alemanes dejaba mucho que desear.
-No te digo que no. Pero también es verdad que en la literatura siguen funcionando los idiomas como pequeños guetos. El peso internacional de un autor depende de sus traducciones, de las políticas editoriales, hasta de la imagen que tiene su país en el resto del planeta... A Vargas Llosa lo conocemos en España gracias a que él vivió aquí mucho tiempo, se consagró en nuestro país y sus libros se han promocionado a bombo y platillo durante cuarenta años. Y, sin embargo, en cuanto sales de nuestro país o de Hispanoamérica... mira, mis alumnos alemanes no tenían ni idea.
-Bueno, pero, ¿se merece el Nobel, o no?
-Sí, sí, me parece que sí. Además, su mejor novela, La fiesta del chivo, la vi traducida al alemán en todas las librerías este verano.



miércoles, 6 de octubre de 2010

Micros desde Texas

A los profesores de universidad (y más si somos filólogos) nos cuesta entrar en el mundo del blog, pero poco a poco vamos llegando, y aquí está, por ejemplo, el viaje al Parnaso que hace José María Martínez, colega mío que ejerce en Texas. Otra coincidencia: es autor de microrrelatos. Algunos me los mandó el otro día y, como me gustaron, aquí los dejo:


1) Y, en el clímax de su primera riña conyugal, el príncipe le espetó:

-¡Ojalá nunca me hubieras dado aquel maldito beso. Ahora estaría tranquilamente con mis amigos, croando a la luz de la luna.

2) Su trabajo de espía le había deparado un sinfín de emociones y fatigas, y ahora, ya al final de su carrera, esperaba con dulce impaciencia la llegada de su jubilación. Su última misión, además, se encontraba a punto de concluir: esperar al contacto ("Jimmy"), pronunciar la palabra convenida y extender su mano para recibir el disquete. Sólo –le habían dicho– tendría que mantenerse especialmente frío y sereno, porque el contacto era un tipo meticuloso y desconfiado que haría fuego ante el menor imprevisto. Fue una lástima, pues, que su primer acceso de amnesia le sobreviniera al saludar a "Jimmy".


3) Cuando levantaron el cadáver, en la plaza, todos se quedaron sorprendidos: debía ser extranjero, porque había muerto con una sonrisa en la boca.


4) …pero el peculiar balido de la cuarta oveja le mantuvo en vilo toda la noche.



lunes, 4 de octubre de 2010

Ya no

La verdad es que internet hace mucho por la poesía. Lo que no sé es si lo que hace está bien o mal. Hay cantidad de páginas que son un homenaje a la cursilería más tremebunda. El otro día me topé con esta versión de un conocido poema de Idea Vilariño -Ya no- que ha sido copiada en multitud de páginas de la Red. Lo malo es que está totalmente destrozado por las ultracorrecciones en forma de comas, puntos, puntos suspensivos, etc. Esto es lo que uno se encuentra normalmente si lo busca en internet:

Ya no será...

Ya no será,
ya no viviremos juntos, no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa, no te tendré de noche
no te besaré al irme, nunca sabrás quien fui
por qué me amaron otros.

No llegaré a saber por qué ni cómo, nunca
ni si era de verdad lo que dijiste que era,
ni quién fuiste, ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido vivir juntos,
querernos, esperarnos, estar.

Ya no soy más que yo para siempre y tú
Ya no serás para mí más que tú.
Ya no estás en un día futuro
no sabré dónde vives, con quién
ni si te acuerdas.

No me abrazarás nunca como esa noche, nunca.
No volveré a tocarte. No te veré morir.


Esta versión es un desastre, porque, tratando de enmendar la plana a Idea Vilariño, domestica la fuerza de su poesía. Así se cargan la dureza original de esos versos desolados que prescinden de puntos y comas porque entorpecen lo único que se quiere expresar: la frustración del amor a través de un monólogo doloroso y delirante. Aquí va lo que de verdad escribió Idea Vilariño:

Ya no será
ya no
no viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
porque me amaron otros.
No llegaré a saber
por qué ni cómo nunca
ni si era de verdad
lo que dijiste que era
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos
querernos
esperarnos
estar.
Ya no soy más que yo
para siempre y tú
ya
no serás para mí
más que tú. Ya no estás
en un día futuro
no sabré dónde vives
con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca
como esa noche
nunca.
No volveré a tocarte.
No te veré morir.

sábado, 2 de octubre de 2010

Arte de escuchar

"Contóle el anciano a Lavrestskii cómo Glafira Petrovna, antes de morir, se mordía las manos y después de un silencio, dijo: "Toda criatura es pasto de sí misma".

Esto se lee de manera casual en Nido de nobles de Turgueniev. Y, como si no hubiera pasado nada, el relato sigue su curso, olvidado ya de la pobre Glafira y con sus protagonistas ocupados en otros quehaceres de la acción principal. Pero, ¿cómo se le ocurrió a Turgueniev una anécdota tan sobrecogedora? Seguro que no fue su imaginación la que le proporcionó ese instante de horror. Debió de tomarla de la vida real y la incluyó en ese momento fugaz de su novela. Así son los narradores clásicos: gente hábil en el arte de escuchar.

viernes, 1 de octubre de 2010

El asalto

-Ten mucho cuidado, papá, me dijo uno de mis hijos pequeños antes de salir.
No fue para tanto. Bogotá no me pareció más peligrosa que otras capitales americanas que he conocido. De hecho, en los cinco días que pasé allá, la única vez que me atacaron fue enfrente de la iglesia de San Agustín. El tipo que se acercó venía armado con una chaqueta gastada y una sonrisa de enfermo. Nos lo habíamos cruzado poco antes y nos saludó con obsequiosa amabilidad mientras aparentaba ir en dirección contraria . Luego, debió de volver sobre sus pasos y nos alcanzó. Nos preguntó de donde veníamos y mi colega dijo que de Argentina y yo, de España. "¡Qué bonita es Bogotá!, ¿verdad, amigos míos?", exclamó de pronto, y a partir de aquí nos largó su conferencia. La performance consistía en un discurso que incluía varios registros: el erudito informativo ("Amigo español, ¿sabía usted que aquí vivió el gran José Celestino Mutis?"), el biográfico ("soy un investigador de la vida de esta ciudad a la que amo desde siempre"), el patriótico ("nací en Cali, la tierra de la salsa"), el patético sentimental ("el pueblo colombiano es una víctima, yo mismo soy un desplazado de las Farc"), etc. Realmente era un charlatán genial. Intenté, con disimulo, darle al botón de la grabadora de mi móvil, pero no lo conseguí. Me quedé con las ganas, porque sacar el aparato del bolsillo, me daba un poco de corte. Entretanto, poco a poco, modulando la voz en timbres agudos y graves, entre pausas y gorgoritos, el sujeto siguió con su rollo hasta que se detuvo por fin y, alzando una mano al cielo, gritó:
-¡¡¡¡¡¡Viva Colombiaaaaa!!!!!!
Luego nos dejamos conducir por él hasta la iglesia, en donde pudimos comprobar que no tenía ni idea de arte. El hombre se debió dar cuenta de que nos empezábamos a aburrir como monas y salimos fuera de nuevo.
-Amigos míos, ¿creen ustedes que este encuentro ha sido casual? No, amigos, no, ha sido el mismo Jesucristo quien nos ha puesto en el camino.
Él sonreía y hablaba sin parar, pero el efecto sorpresa se había pasado. Por fin, no sé cómo, consiguió llegar al punto que más le interesaba. ¿No tendríamos mil pesitos para tomar el bus? Al ver que mi colega extraía más billetes de la cartera, sugirió un aumento de tarifa: si llegábamos a seis mil, podría comer ese día. Pobre de él, con lo enfermo que se encontraba...
Todavía nos dio algún consejo acerca de qué museos e iglesias nos convenía ver y por qué calles no debíamos transitar. Al terminar, nos despedimos tan amigos y nosotros seguimos paseando por el barrio bogotano de la Candelaria, al que no le falta nada para sentirse en el Siglo de Oro, ni siquiera su Lázaro de Tormes.