He estado fuera. Me fui a Colombia seis días y aviso de antemano que no voy a meter apenas fotografías, porque este blog es sobre todo verbal. Las palabras pueden valer más que cien imágenes, porque la imaginación corre a cuenta del lector. Palabras, sólo palabras de un país que no conocía, como las que fui anotando en mi cuadernito. Algunas eran creaciones asombrosas: "Alimentos Rapisabrosos", rezaba un cartel de un bar de carretera; o también aquel otro anuncio de "Distripollos El olivo" (Distribuidora de pollos, se entiende). También vi fugazmente un cartel sobre Hormigas culonas, pero nunca descifré que querían venderme en realidad.
El arte para la retórica sorprende a cada paso, incluso en las situaciones menos comunes para el viajero desprevenido. A veces sirve para suavizar -o no-, las cosas que ves. Al entrar en Bogotá, por ejemplo, cruzas un cordón policial armado hasta los dientes y un letrero que dice: "La policía local le saluda" (la educación, ante todo). Y en el interior del país, al pasar un retén militar, un cartel gigante me explicó: "Maneje seguro: el ejército está en la vía. ¡Dios concede la victoria a la constancia!". No quiero frivolizar con todo esto: la violencia en el país ha sido una enfermedad endémica, al menos, desde el bogotazo (otro neologismo eficaz) del 48. Pero no se puede negar que la retórica impregna la vida cotidiana, incluso en las situaciones más serias.
Y para terminar, un juego maestro de palabras a cargo de un anónimo aparcacoches de Tunja. Estábamos aparcando hacia atrás y el hombre fue guiándonos desde el exterior:
-Dele, dele, dele, dele, dele.
De pronto se oyó un golpe en la parte de atrás. Y nuestro ayudante sólo dijo:
-Le dio.