lunes, 23 de agosto de 2010

Las siete barbies solteras

Rocío Arana: Las siete barbies solteras, Sevilla, Númenor, 2010.

Detrás de un título tan estridente uno podría pensar muchas cosas sobre este libro-blog sin haberlo leído de antemano. Pero luego, cuando van pasando las páginas, se comprueba la originalidad de la propuesta de su autora y lo adecuado del título. Cada fragmento de prosa, extraído de las entradas de El blog de Adladrida, alumbra rincones de una vida tocada por la poesía: El paseo voyeurista por una perfumería, una tarde de lluvia, un pececito de colores, el sabor de la tarta de café, o un partido de la selección de fútbol. Todo vale. Hasta la pasión por el maquillaje, uno de los temas recurrentes del libro, sirve para la celebración de la vida y la belleza, lo que no tiene nada de extraño, porque ya Baudelaire había elogiado la cosmética femenina por razones puramente estéticas. La protagonista ve, escucha, olfatea toda el espectáculo a su alrededor con una alegría contagiosa y disparatada (inolvidable el texto que bautiza el libro) y una visión de las cosas empapada de optimismo. Así se explica su rapidez para la felicidad (hasta los autobuses de Pampaluna son motivo de júbilo, lo que ya es imaginación) y, al mismo tiempo, su inclinación a la reflexión sobre su quehacer poético, la ponderación contemplativa sobre el mundo que ha de ser expresado en palabras: “Que la belleza vaya haciendo su trabajo en mí”. Y es así, en efecto. Un principio común gobierna toda esta lluvia vitalísima de imágenes y escenas: el disfrute de la belleza cotidiana.

Rocío Arana consigue una voz clara y personal, sin renunciar, al mismo tiempo, a un estilo afinado en lecturas clásicas y modernas a las que rinde homenaje abierto o velado en alguna ocasión. “Cuéntame un cuento”, la primera sección del libro, es un guiño a la poeta madrileña Amalia Bautista, pero aquí y allá se menciona o se alude a Calderón de la Barca, José Julio Cabanillas, Miguel d’Ors, Julio Martínez Mesanza, Chesterton o Tolkien. En estas filiaciones se define el universo literario e ideológico de Rocio Arana.

La Maravilla difícil”: No de otra manera define la autora su descubrimiento de la poesía. Maravilla que se hace alegre, sencilla y misteriosa en este libro que se lee y se relee de principio a fin.
(publicado en Nuestro tiempo, número de julio-agosto)

domingo, 1 de agosto de 2010

Patera

-Raschid, no metas la mano en el agua, que te la comen los tiburones.

El niño apartó la mano y el hombre continuó:

-¿Sabes que ahí abajo, hay un montón de barcos hundidos? Si un día se secara el estrecho no sabes la cantidad de tesoros que podríamos encontrar.

-¿También hay pateras?

-Sí, también. Muchas.

Rashid empezó a tener sueño. Su madre estaba en la popa, junto a las demás mujeres. Las habían puesto a todas juntas para que no hubiese problemas con los hombres. Llevaban ya varios días perdidos y Raschid, de vez en cuando, iba a verla. Aunque la embarcación estaba bastante llena, el niño pasaba por los huecos dejados por los muertos, que ahora descansaban en el océano. Al principio lo abrazaba y le decía palabras de consuelo. Pero últimamente a ella le empezó a doler el costado. Y ya no le hablaba mucho.

Aunque no había comido casi nada, Raschid notó que se le cerraban los ojos. Poco a poco se quedaba dormido. Empezó a soñar: las aguas se retiraban de su vista como una alfombra gigante y él saltaba al barro con una lanza para defenderse de los tiburones. Delante de él, se abrió un inmenso paisaje de barro y sueño. De un solo golpe vio una muchedumbre de objetos. Vio latas y botellas rotas, vio paquetes podridos de tabaco, vio faldas sueltas y ropa interior perdida, vio relojes y juguetes, calendarios, pateras, carronadas, fusiles, linternas y astrolabios. Vio todos los barcos hundidos en la batalla de Trafalgar. Todavía titubeante, fue avanzando bien agarrado a la lanza hasta que encontró un tiburón agonizante, abriendo mucho la boca como si le faltase el aire. Lo dejó a un lado y descubrió un barco acostado en el fondo. Del interior salía una luz misteriosa.

-Raschid, despierta, que tu madre se ha muerto.

La voz del hombre le pescó del fondo del sueño. Al principio le costó entender. No percibió bien los lamentos de las mujeres, porque los sentía remotos y ajenos, pero luego vio a su madre desvanecida entre dos pasajeros. Le taparon los ojos en el momento en que los bultos de los hombres cargaban con el cuerpo y hacían un movimiento raro.

Seguramente desde lejos el llanto del niño no se podría distinguir de los quejidos del resto de los tripulantes. Con las luces de la mañana, el griterío cambió cuando divisaron la costa. Esta esperanza les apresuró la marcha y, pocas horas después, ya estaban entrando en la playa desierta. Los más fuertes saltaron a la arena y se echaron a correr hacia adentro. Otros se echaron agotados en la arena. Raschid bajó con ayuda del hombre que le había tapado los ojos.

-Date prisa, corre, antes de que venga la policía, corre, corre, vamos.

Pero el niño, en lugar de ir hacia delante, se quedó mirando el mar. Continuaba con su sueño e imaginaba que las olas se retiraban de la orilla y regresaban hasta África. Y allá abajo le esperaba el tesoro, su tesoro.