domingo, 28 de febrero de 2010

Tras el terremoto

Recordando ahora los amigos chilenos que están en en el centro mismo de la tragedia, me acuerdo de este soneto esperanzado de Óscar Hahn, excelente poeta en medio de ese gran país de poetas:

Pasarán estos días como pasan
todos los días malos de la vida
Amainarán los vientos que te arrasan
Se estancará la sangre de tu herida

El alma errante volverá a su nido
Lo que ayer se perdió será encontrado
El sol será sin mancha concebido
y saldrá nuevamente en tu costado

Y dirás frente al mar: ¿Cómo he podido
anegado sin brújula y perdido
llegar a puerto con las velas rotas?

Y una voz te dirá: ¿Que no lo sabes?
El mismo viento que rompió tus naves
es el que hace volar a las gaviotas.








sábado, 27 de febrero de 2010

¿Tormenta perfecta?

Ya son ganas de molestar con los adjetivos. Ahora resulta que todas las tormentas que uno había conocido eran imperfectas, pero con ésta nos vamos a enterar. Un amigo me decía ayer: "Vivimos tiempos apocalípticos, Javier: a la gente le gusta pensar que estamos cerca del fin del mundo. Y así nos distraen con lo del cambio climático, la gripe A... Hace un par de años el peligro inminente en España era la desertización y ahora, mira la que está cayendo..."
Se me ocurre que antes, allá por el año 1000, la gente se imaginaba el apocalipsis como un castigo divino; ahora el castigo sigue igual, pero hemos cambiado un mito por otro. En vez de apelar a una Justicia implacable que viene del Cielo, hablamos de los científicos, aunque nuestra información directa sea de segunda o tercera mano. El polo norte se hunde, un glaciar ha chocado y en el desierto del Sáhara se resfrían los camellos. ¿Y la culpa? Nuestra, nuestra y sólo nuestra. Antes pecaban los hombres contra Dios, ahora contra su sucedáneo, la naturaleza.

viernes, 26 de febrero de 2010

Cultura carnavalesca


Siempre se ha supuesto la existencia de genios de la escritura, pero no he escuchado que existan genios de la lectura. Creo que alguno ha habido entre los filólogos y el ruso Mijaíl Bajtín fue sin duda uno de ellos.
Hace años leí su magnífica teoría sobre el carnaval y la cultura popular. Para Bajtín las obras de ciertos autores (Rabelais, pero también Dostoievsky o Gógol) representaban manifestaciones de un modo carnavalesco de vivir que anclaba sus raíces en el folclore y la visión del mundo del pueblo en la edad media, una época en la que no existían los tabúes que nos habría impuesto la modernidad ilustrada. Rabelais, por ejemplo, contaba que su gigante Pantagruel decidía beberse toda la cerveza de París para celebrar que había aprobado los exámenes en la universidad de la Sorbona. A continuación daba mal ejemplo a los estudiantes de hoy: se subía a una de las torres de Notre-Dame y meaba larga y abundosamente hasta inundar la capital entre las previsibles quejas de los vecinos. Esto, contra lo que pudiera parecer, no era leído como un episodio de mal gusto, sino como una manifestación de celebración de la vida. Además, Pantagruel no era ningún idiota, porque había demostrado que sabía más que todos los profesores juntos de la Sorbona. Lo que sucedía es que, en aquella época, no se establecían claramente las barreras entre el cuerpo y el espíritu, la materia y el intelecto, lo alto y lo bajo, lo limpio y lo sucio. Todo estaba, por así decirlo, mezclado, igual que en un pórtico románico están apretadas la almas bienaventuradas junto a las condenadas a que un demonio les meta todo tipo de cosas por el ano.
En Rusia, país atrasado en la historia, esta cultura popular siguió manifestándose de otra forma en las novelas de Dostoievsky. Allí no hay espacio para la intimidad: cada personaje cuenta sus ocurrencias delante de todos sin ningún rubor. Las puertas de las casas están abiertas y la gente se asoma para comentar lo que se ve. En la famosa escena, aparentemente íntima, en que Raskolnikov confiesa su crimen a Sonia, hay un agujerito en la pared por donde un personaje bastante cotilla se entera de todo. Igual que en los carnavales y en las fiestas populares, las gentes imaginadas por Dostoievsky viven sin pudor: abren su alma a las primeras de cambio y desnudan sus vergüenzas espirituales.
Seguramente la mejor crítica literaria es aquella que consigue, sin traicionar al texto, elevarlo y traerlo hasta nuestra vida inmediata. Bajtín consigue que entendamos no sólo a Rabelais o a Dostoievsky, sino que nos planteemos de una forma menos simplista cómo fue nuestra civilización antes de la Ilustración. Es falso que hubiera tantas barreras como se nos ha hecho creer. Y se me ocurre que, además, tal vez hoy en día nuestra sociedad se haya vuelto carnavalesca como la medieval, con la diferencia de que ahora el carnaval no tiene límites y no tiene ningún significado. Antes el carnaval recibía su sentido de la Cuaresma, y viceversa. Ahora, sin un marco trascendente que le dé razón de ser, todo el año es carnaval, como dicen en mi tierra. Y un pantagruel de andar por casa puede hacer toda clase de obscenidades, mientras todos miramos, no por un agujero en la pared sino por la pantalla televisiva, el espectáculo de su estupidez.

jueves, 25 de febrero de 2010

La literatura en peligro



Leo esto en La literatura en peligro de Tzvetan Todorov:

Estamos asesinando la literatura, no porque en las escuelas se estudien también textos no literarios, sino porque convertimos las obras en simples ilustraciones de una visión formalista, o nihilista o solipsista de la literatura (...) Si el objeto de la literatura es la propia condición humana, el que la lee y la entiende se convertirá no en un especialista en análisis literario, sino en alguien que conoce al ser humano. ¿Qué mejor introducción a la comprensión de las conductas y pasiones humanas que sumergirse en la obra de los grandes escritores que se dedican a esa tarea desde hace miles de años? Y además, ¿puede haber mejor preparación para todas las profesiones que se dedican a las relaciones humanas? Si entendemos así la literatura y si orientamos así la enseñanza, ¿podría encontrarse ayuda más valiosa el futuro estudiante de derecho, el futuro trabajador social o psicoterapeuta, el historiador o el sociólogo? No es una enseñanza excepcional el hecho de tener como profesores a Shakespeare y Sófocles, a Dostoievsky y a Proust?

Todo esto está muy bien y el autor tiene más razón que un santo laico. Entender a fondo la literatura, ciertísimo, es algo más que contar las sílabas de un verso o conocer la diferencia entre una égloga y una elegía.
Pero me temo que el problema hoy es diferente. Basta echarle un repaso a otro libro que cae en mis manos: La educación vial a través de la literatura, Madrid, Ministerio de educación, 2002. Según sus autores, la literatura forma en valores y, de ahí, que sea necesaria una enseñanza que forme mejores ciudadanos a través de ella. El resultado final es una caricatura de las palabras de Todorov.
Para empezar, se propone una serie de textos a los que se asocia un problema relacionado con el tráfico: el uso del alcohol y las drogas, los peligros de la velocidad, el auxilio del accidentado, etc. Luego se sugieren actividades de educación vial, cívica y literaria (así, como pidiendo perdón se la deja a la literatura en tercer lugar). La selección se ha hecho con autores de primerísima línea de la literatura mundial: Jaime Bayly (sic), Elvira Lindo, Daniel Múgica (sí, el hijo de Enrique), Arturo Pérez Reverte, Lorenzo Silva, Goscinny y Sempé (aquí no distinguen al escritor del dibujante), Daniel Sueiro, José Ángel Mañas, etc. Menos mal que hay un cuento de Carver y otro de Cortázar... La autopista del sur que, según los autores, nos enseña a comportarnos durante un atasco. Cómo se reiría Cortázar si supiera lo que algunos hacen con su relato.
La literatura no se construye con buenos sentimientos, decía Gide. Este libro sobre la educación vial, fruto de algún pedagogo taxista, se ha hecho con bellísimas intenciones, con la saludable idea de que nuestros adolescentes no se maten con el coche o la moto cuando vuelvan de juerga los fines de semana. Ahora bien, el problema no está en la influencia concreta de este engendro, sino en la idea que subyace en él y que viene a sintetizarse en algo así como: "Vale, ya que la literatura no sirve para nada y hay que darla en la escuela por narices, por lo menos vamos a darle alguna utilidad social". El peligro, el verdadero peligro para la enseñanza de la literatura, reside, en definitiva, en su domesticación para convertirla, como tantos otros ámbitos de nuestra cultura, en un recetario de buenos consejos escrito en un lenguaje políticamente correcto.

jueves, 18 de febrero de 2010

Adoptamos un chino

Pero sólo por unos días. El colegio de mis hijos tiene un acuerdo con otro de Hong Kong por el que, cada año, éste último manda una expedición de alumnos suyos a Pamplona a fin de pasar una semana de intercambio cultural. Varias familias se ofrecieron a hospedar a los visitantes, entre otros la nuestra, y de esta forma nos tocó el chino.
La víspera el muchacho nos mandó un documento por internet con su foto y algunas informaciones relevantes acerca de su persona. Imprimimos el mensaje y en la cena leí en voz alta toda la cartilla. Mike Sun (así se llamaba el chaval), era hijo único, tenía catorce años y pensaba que su estancia en España sería "unforgettable". Sobre sus creencias añadía que él no era creyente hasta el momento, pero dentro de unos meses recibiría el bautismo. Entre sus aficiones señalaba : "Basketball, Swiming, Maths". En nuestros cinco hijos sólo vi consternación, asombro, incredulidad:
-"¿¿¿Matemáticas???, preguntaron.
Al rato, terminada la comida, recogí del suelo el papel. Algún gracioso había añadido: "Girls?, Shower? Martial Arts?".
-Éste pierde aquí la fe, pensé.
Pero, como decía Borges, piensa bien y, aunque te equivoques, acertarás. Yo no seguí al maestro argentino: pensé mal desde el principio y me equivoqué.
Cuando recogimos a Mike, venía agotado después de más de veinte horas de viaje y no estaba muy hablador. Marina y yo nos entendíamos con él con un inglés de hablar por casa, pero hay un lenguaje que todos los niños del mundo conocen, que es el del juego. Nada más llegar, le enseñaron la casa y sacaron juguetes que, por cierto, jamás tocan habitualmente. Estuvieron levantados hasta las doce de la noche. Nuestro huésped miraba todo y se reía abiertamente con algo que me parecía incredulidad. Supongo que todo le maravillaba: desde el número de chicos a su alrededor hasta el tono de voz empleado por todos nosotros.
A lo largo de los seis días que duró la experiencia, Mike se adaptó bastante bien. Los chicos se desvivían por ser amables. Jugaba con ellos y devoraba lo que le ponían en la mesa, especialmente el jamón. Sólo una vez le vi ligeramente sobresaltado y fue el día en que Tomás se encontraba comprobando la elasticidad de su cuerpo y la de los muelles de un sillón. Tras veintiocho órdenes desobedecidas para que dejara de brincar, agarré paternalmente por el cogote a Tomás y lo mandé a la cocina donde le esperaban la cena y los deberes. Mi hijo fue caminando como un autómata, como suele en esos casos, y sin chistar. Miré de reojo a Mike y vi el asombro pintado en sus ojos orientales.
Era cortés, pero reservado. Marina intentó sin éxito que le dijera en qué trabajaban sus padres. El último día, por la noche, me confesó que los dos eran vigilantes en la"jail house" de Hong Kong. No sé qué ideas pudo sacar de la disciplina de los occidentales para contársela a sus mayores.
Antes de irse definitivamente, nos obsequió una imagen china de la Virgen, cinco juego de palillos, una chaqueta reversible para las ocasiones y una especie de recortable de la buena suerte. Todavía le debió de parecer poca cosa, porque a mí me regaló un pin con el escudo de Navarra que se encontró por ahí.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Purgatorio

Mañana, casi todo el día, será martes. O también miércoles. Es igual. Yo confundo los días. Ayer fue jueves y hoy es lunes. Llevo tanto tiempo encerrado que sólo espero al Domingo para que alguien me saque de aquí.

martes, 16 de febrero de 2010

Novela policial y decepción

En los últimos años he leído bastantes novelas policiales. Muchas me empiezan interesando y casi todas me decepcionan en algún momento, sobre todo al final. ¿Cuántas obras maestras ha dado el género? No hablo de aquellas que están excelentemente contadas, que son muchas y muy recomendables, sino de aquellas otras que de verdad trascienden el modelo y pueden ser leídas como novelas muy, muy buenas, sin otro aditamento. En lo que tengo leído (por decirlo en gallego), creo que salvaría de la quema El caso Saint Fiacre de Simenon o Cosecha roja de Hammett.
En teoría, no debiera ser así. El género policíaco trata de la acción del Mal sobre los hombres, tema poderoso donde los haya. Desde esa perspectiva, nada menos que Edipo rey o Crimen y castigo serían policiales. Pero claro está que eso es hacer trampa, porque todo el mundo sabe que el género lo descubre Poe en un puñadito de cuentos y llega a su primera culminación cuando Conan Doyle inventa a un freakie llamado Sherlock Holmes. Con esos palos no se puede hacer una buena sombrilla. Durante muchas décadas, los relatos se convierten en adivinanzas para lectores desocupados hasta que llegan los norteamericanos y crean la novela negra, un molde mucho más interesante pero imitado hasta el aburrimiento en el día de hoy.
Quizá el problema de un buen libro policial está en que quieres terminarlo cuanto antes y, después de concluido, lo abandonas sin miramientos. Con las grandes novelas es justamente al revés: no quieres que terminen y al final te gustaría saber más sobre aquellos personajes que han formado parte de tu vida. A la literatura le gusta que los misterios nunca se resuelvan del todo.


P.S. Con el paso de las horas, algunos lectores me comentan de viva voz por qué no salvé los cuentos del Padre Brown... bueno, sálvese quien quiera. Chesterton se salva solo, solo faltaba eso. Y, ya metidos en faena, me gustaría también recordar a Rosaura a las diez de Marco Denevi.

viernes, 12 de febrero de 2010

Lapsus poético y político

Ayer por la noche leí en un periódico digital:

"Jose Luis Rodríguez Zapatero, presidente de humo de la Unión Europea..."

No puede ser, me dije. Volví a leer:

"José Luis Rodríguez Zapatero, presidente de turno de la Unión Europea..."

Así estaba mejor, es decir, peor. Me gusta más mi lapsus: un presidente de humo es mucho más poético y preciso. A veces vale la pena leer deprisa.

jueves, 11 de febrero de 2010

Yo, me, mí, conmigo

En una conversación con Martha Canfield, el gran poeta Jorge Eduardo Eielson quiere restarle mérito a un antiguo libro suyo y contesta así a los halagos de la entrevistadora:
-Eres muy generosa. De todas maneras, creo que hoy (...) soy algo más modesto y un intento como ése me parece un acto de soberbia.
El poeta peruano atribuye su conquistada humildad a su interés por el budismo zen, pero me temo que el lapsus lingüístico le gasta una mala pasada. Podría haber dicho que era "menos soberbio", pero prefiere la fórmula aumentativa ("más modesto"), que algo se le parece pero no es lo mismo.
De todas formas, lejos de mí reírme del yo. La vanidad es un vicio solitario y multitudinario y, si no lo creen, que levante la mano quien no ha fingido modestia alguna vez. Todos nos sentimos encantados de conocernos y de darnos a conocer a los demás. Del amor apasionado por uno mismo no se libra ni Buda.
Creo humildemente que una buena manera de librarse de la soberbia por unos segundos es dejar de analizar nuestro grado de modestia. Y otra, utilizar el sentido del humor para referirnos a esa persona que tanto amamos. Por eso me quedo con este poema de Miguel d'Ors:

Joven,
yo era un vanidoso inaguantable.
"Esto va mal", me dijo un día el espejo.
"Tienes que corregirte".
Al cabo de una semana era menos vanidoso.
Unos meses después ya no era vanidoso.
Al año siguiente era un hombre modesto.
Muy modesto.
Modestísimo.
Uno de los hombres más modestos que he conocido.
Más modesto que cualquiera de ustedes.
O sea
un vanidoso inaguantable
viejo.

martes, 9 de febrero de 2010

Pregunta

Fue un segundo único. El hombre bajó la cabeza, sus músculos se relajaron y dio un suspiro. Las nubes ocultaron el sol y sopló de repente una brisa húmeda. Por un milagro que tuvo mucho de arte, aquel segundo se movió y empujó a otro, y éste a otro, y aquel a otro, y así sucesivamente: el sonido del primero siguió resonando muchos años después en miles de imágenes: el miedo del cristiano ante los leones, una aldeana con el rosario entre las manos, las Cruzadas con su pista de sangre y sueños, Galileo encerrado en su estudio, los ojos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, Edith Stein muy quieta delante del Sagrario, el Papa extendiendo los brazos, un hombre llorando por la calle, otro que se muere tranquilo en una playa remota, una monja salvando niños en el infierno de Calcuta y tantas otras cosas más: robos, generosidad, injusticias y el cansancio más heroico.
Y ahora, tanto tiempo después, me pregunto si ahora, ahora que pulso el teclado para terminar estas líneas , mi mano no se seguirá moviendo a causa de ese segundo infinito.


lunes, 8 de febrero de 2010

Nellie Campobello

Este año se cumple el centenario de la primera de las revoluciones del siglo XX, la mexicana. A diferencia de otras, ésta no nació de un discurso encorsetado ideológicamente. Fue más bien una explosión de hartazgo ante una montaña de injusticias. Como suele suceder con esta clase de fenómenos, la violencia que los caracteriza sólo termina cuando sus ejecutores aprenden las mañas de los antiguos tiranos. La Revolución se hizo institucional y México alcanzó una insólita y corrupta estabilidad a lo largo del siglo XX.
Muchos narradores recordaron sus experiencias más o menos cercanas en medio de la bola revolucionaria, desde Azuela hasta Martín Luis Guzmán, pero ninguno -creo yo-, tan singular como Nellie Campobello. En Cartucho (1931) escribió una serie de viñetas que recrean hechos de una increíble violencia filtrados por la mirada inocente de una niña. El estilo, escueto y eficaz, tiende a un humor negro muy original. Este episodio que propongo hoy es uno de mis favoritos:

Como a las tres de la tarde, por la calle de San Francisco, estábamos en la piedra grande. Al bajar el Callejón de la Pila de don Cirilo Reyes, vimos venir unos soldados con una bandeja en alto; pasaban junto a nosotras, iban platicando y riéndose. “Oigan, ¿qué es eso tan bonito que llevan?”. Desde arriba del callejón pudimos ver que dentro del lavamanos había algo color de rosa bastante bonito. Ellos se sonrieron, bajaron la bandeja y nos mostraron aquello. “Son tripas”, dijo el más joven clavando sus ojos sobre nosotras a ver si nos asustábamos; al oír, son tripas nos pusimos junto de ellos y las vimos; estaban enrolladitas como si no tuvieran punta. “¡Tripitas! ¡qué bonitas! ¿Y de quién son?”, dijimos con la curiosidad en el filo de los ojos. “De mi general Sobarzo –dijo el mismo soldado_, las llevamos a enterrar al camposanto”. Se alejaron con el mismo pie todos, sin decir nada más. Le contamos a Mamá que habíamos visto las tripas de Sobarzo. Ella también las vio por el puente de fierro. No recuerdo si fueron cinco días los que estuvieron “agarrados”, pero los villistas en aquella ocasión no pudieron tomar la plaza. Creo que el Jefe de las Armas se llamaba Luis Manuel Sobarzo y que lo mataron por el Cerro de la Cruz o por la estación. Él era de Sonora, lo embalsamaron y lo echaron en un tren, sus tripas se quedaron en Parral.


viernes, 5 de febrero de 2010

Un blog no es un diario íntimo

O, al menos, no tiene por qué ser un diario convencional. Ésta es una de las ideas que he ido sacando tras escuchar ayer en la universidad a Philippe Lejeune, uno de los más reconocidos expertos en todo el mundo sobre relatos autobiográficos. Como había venido a disertar sobre su tema, la escritura del yo, el profesor Lejeune fue muy coherente: habló de sí mismo, es decir, de su deriva intelectual que lo ha llevado de investigar hace treinta años las autobiografías de escritores hasta por fin terminar ocupándose de los diarios ("series de huellas datadas" los llama) de toda clase de personas. En la actualidad ha creado la APA (Asociación por la Autobiografía) que ha reunido en Francia más de dos mil setecientos legados en forma de diarios personales. De esta forma se están realizando investigaciones sobre la intimidad de una sociedad, la francesa, a partir de multitud de testimonios anónimos.
Aunque suene bastante cotilla, podemos aprender muchas cosas leyendo diarios ajenos. Ya está en marcha un libro, por ejemplo, sobre las intimidades amorosas de los franceses entre 1920 y 1975. Y más cosas, claro está. Por ejemplo, al examinar los modos de escritura y compararlos con los resultados vistos en los blogs de internet, el equipo de Lejeune ha llegado a la conclusión de que el 75 % de los diarios sigue escribiéndose en heroicas libretas, mientras que sólo el 18 % de los diaristas utilizan el ordenador. Sólo un 8 % se animan con los dos medios. El lápiz o el bolígrafo son una prolongación de nuestro cuerpo, que es de donde fluye nuestra intimidad. La pantalla está más lejos.
He sacado, además otras notas de la conferencia. Aquí van:

1- Las mujeres escriben con más frecuencia diarios íntimos, pero son muchos más los hombres que los publican.
2- Hay una gama larguísima de calificativos para calificar a los diarios por parte de sus creadores: desde "Puerto" o "Isla" a "Masturbación " o "Pus". Todo depende del buen gusto y el nivel de autoestima, supongo.
3- A la gente le gusta llenar sus diarios de imágenes: desde fotografías de sus ídolos sexuales o futbolísticos hasta flores disecadas o el primer cigarro que han fumado en su vida. En esto hay un paralelo con los blogs que a mí me había pasado inadvertido.
4- El autor de diarios lleva su afición en los genes: se han realizado genealogías familiares en los que predominan los escritores de diarios personales.
En fin, apunté muchas ideas, desde luego, pero termino con una pregunta que hizo Lejeune al público: ¿por qué se registran tan pocos diarios personales en España frente a lo que sucede en Francia?
"Son hijos de Rousseau", me dijo un colega a la salida.

jueves, 4 de febrero de 2010

Crecer

¡Cómo disfrutaba la abuelita paseando a su nieto por el parque! Durante más de ¿tres?, ¿cuatro?, ¿cinco? años -el tiempo era lo de menos- repetía todas las tardes esa rutina que al final se había convertido en la razón de su vida. Lo único malo era bajar las escaleras de casa: ella sola no podía y tenía que aguardar a que apareciese un vecino dispuesto a echar una mano. Aquel día ya desesperaba de encontrar ayuda, cuando vio cómo el niño salía del carrito, lo agarraba por las ruedas delanteras, ayudaba a bajarlo y volvía a meterse dentro para disfrutar del paseo. 
La madre se encontraría con ellos a las ocho de la tarde, como todos los días.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Comentarios anónimos





Hace muchos años tuve una novia muy guapa que quería regalarme un libro por mi cumpleaños. Creo que era una saga vikinga, no recuerdo bien. Estuvo fisgando por los estantes de la tienda y no encontró nada. Entonces la dependienta, que había empezado a seguirla muy atentamente, le preguntó si podía ayudarla y cuál era el autor del libro que buscaba.
- No lo sé, es anónimo, le dijo mi novia.
- Ah, no, no, no, le respondió la dependienta abriendo mucho la boca, en esta tienda no vendemos libros anónimos.
Desde siempre han tenido mala prensa los anónimos, incluso entre la gente que vende libros pero no los lee. Antiguamente, cuando querías amenazar a alguien o darle vuelo a un chisme, se escribía un papelito sin firmar y se dejaba en el buzón de la víctima. Ahora que la gente se comunica por medio de la escritura más que nunca en la historia de la humanidad, florece el anonimato en todo su esplendor. En este escenario de dimensiones incalculables el autor del blog es como un mago (si es valioso) o un charlatán de feria ( si es malo) que actúa delante de una masa desconocida. De pronto alguien suelta unas palabras. Si facilita su nombre, las luces del circo enfocan al comentarista y todos pueden verlo. En el caso de que utilice un seudónimo se le divisa a media luz. Pero si abuchea y luego se refugia en la oscuridad, es posible que el artista -mago o charlatán- se ponga nervioso y se le vea el truco o se le caigan los bolos a la cabeza. Pocos comentarios disidentes ha tenido este blog en su corta vida, pero el otro día recibí uno, anónimo. Lo respondí un poco mosqueado y entonces mi interlocutor, muy cortés, dio su nombre. Aunque no creo conocerlo, se lo agradecí infinitamente.
Por cierto, la novia de aquel tiempo es mi mujer y se llama Marina, un nombre precioso.


lunes, 1 de febrero de 2010

La dieta del detective

El otro día fuimos a comer a un restaurante en la Rioja y me tocó elegir el vino. No me acuerdo qué pedí, pero el camarero me sugirió otro que yo no conocía. "¿Y cómo ese ese vino?, le pregunté un poco mosqueado. "Pues más moderno y divertido", me replicó sin pestañear. Y a la nueva pregunta de qué consideraba divertido en un líquido rojo, me plantó una cascada de adjetivos que soy incapaz de reproducir porque en ese momento no llevaba la libreta a mano. Al final me dejé convencer y, por cierto, el vino no valía nada.
Siempre me ha intrigado la pobreza de nuestro lenguaje para expresar sensaciones físicas. El idioma es rico para evocar matices de color, pero nos niega el gusto. Por eso, un escritor es grande cuando consigue transmitirnos sabores, murmullos, perfumes. Nadie tan sensual como Evelyn Waugh en Brideshead revisited cuando Charles Ryder se lleva a la boca el cigarro que Julia acaba de dejarle.
He terminado Las marismas de Indridason y me doy cuenta de que me ha quedado un sabor pelín desagradable a causa de su sordidez ambiental: la lluvia, los cadáveres, los interiores abandonados y la pésima dieta del comisario Erlendur: hamburguesas y platos precocinados en el microoondas. Todo comido a toda prisa y de mala gana. Hace tiempo que en la novela negra se puso de moda meter los gustos culinarios de los protagonistas. Empezó Vázquez Montalbán con su Pepe Carvalho y allí le siguieron otros gourmands del crimen como el comisario Brunetti de Donna Leon, Montalbano de Camilleri, el inspector Jaritos de Petros Márkaris, etc. Sin duda hay mucho esnobismo progre en todos estos individuos, pero no deja de ser curioso que todos sean mediterráneos. En cambio, los detectives escandinavos, qué pobre gente: muertos de frío y de hambre.