Dan nombre a nuestras moradas, y esos nombres son falsos.
Algo que no es el humo de las ceremonias
ha enturbiado la tajante nitidez de los arcos,
corroído la palabra que se intrincaba en los frisos.
Como sus pinturas hemos sido borrados.
Y no sólo eso. Nos faltan los cientos de chozas malolientes en donde vivían los mayas alrededor de los templos. Tampoco vemos los sacrificios humanos, ni los misteriosos juegos de pelota en los que se degollaba al perdedor. Podemos, tal vez, creer que la visión de reyes y hechiceros emplumados bajando las escalinatas debía de causar un terror sagrado en las gentes que vivían en esas ciudades perdidas. En el siglo XIX los relatos de viajeros occidentales contribuyeron a crear un icono de aquella civilización. Luego, la puntilla mitificadora la han venido a dar seguramente las excursiones de un día desde Cancún y la Riviera Maya. A muchos de estos lugares, a Chichén Itzá sobre todo, llegan todos los días autobuses que evacúan a miles de turistas dispuestos a darse su ración de culturilla para luego volver a sus resorts del todo incluido, la piña colada y la fiesta de la espuma. Y es que hay que darse prisa en disfrutar, porque el mundo se acaba en 2012, según decían los mayas, o al menos eso asegura un conocido best seller del que cualquier día harán una película a mayor gloria del pensamiento débil.