lunes, 30 de noviembre de 2009

Que vienen los mayas


Del viaje a Yucatán volví con algunas notas que ahora voy revisando. No hablaré del congreso, en el que la gente después de las ponencias de una hora tenía fuerzas para preguntar durante más de treinta minutos (ya podrían aprender los europeos), ni del lagartito que se coló por la noche en mi habitación del hotel en Mérida. Sí hablaré, en cambio, de la excursión a las ruinas mayas de Uxmal. Reconozco que siempre he tenido muy poca sensibilidad para las ruinas, acaso por el atracón familiar que sufrí durante mi infancia. Parábamos el coche cada vez que aparecía un capitel hecho polvo y nunca terminé de verle la gracia a tanta destrucción por muy romana que fuera. Ni sentí jamás la emoción moral de las ruinas, a lo Rodrigo Caro, ni supe imaginarme a ningún emperador caminando entre cuatro piedras rotas. Es una limitación mía, ya lo sé.
Ahora bien, las ruinas mayas tienen algo de cautivador, acaso por el espacio boscoso en el que se encuentran o porque sencillamente no se encuentran tan desmoronadas como las griegas, árabes o romanas. Siglos de ocultamiento entre selvas y una laboriosa reconstrucción sin el prejuicio purista de las Europa las han dejado a la vista con un encanto singular. Las de Uxmal, menos grandiosas que las de Chichén Itzá, son muy bellas.
Todo esto no quita para que me sea difícil imaginar tal y como fueron aquellos edificios suntuosos en su vida real, lejos del escaparate turístico en que se han convertido. Ha pasado tanto tiempo. Ya los primeros españoles bautizaron de forma estrambótica un hermoso espacio cuadrangular como de las "monjas" porque les recordaba al de un claustro conventual. Lo dice poéticamente Rosalba Campra:

Dan nombre a nuestras moradas, y esos nombres son falsos.
Algo que no es el humo de las ceremonias
ha enturbiado la tajante nitidez de los arcos,
corroído la palabra que se intrincaba en los frisos.

Como sus pinturas hemos sido borrados.

Y no sólo eso. Nos faltan los cientos de chozas malolientes en donde vivían los mayas alrededor de los templos. Tampoco vemos los sacrificios humanos, ni los misteriosos juegos de pelota en los que se degollaba al perdedor. Podemos, tal vez, creer que la visión de reyes y hechiceros emplumados bajando las escalinatas debía de causar un terror sagrado en las gentes que vivían en esas ciudades perdidas. En el siglo XIX los relatos de viajeros occidentales contribuyeron a crear un icono de aquella civilización. Luego, la puntilla mitificadora la han venido a dar seguramente las excursiones de un día desde Cancún y la Riviera Maya. A muchos de estos lugares, a Chichén Itzá sobre todo, llegan todos los días autobuses que evacúan a miles de turistas dispuestos a darse su ración de culturilla para luego volver a sus resorts del todo incluido, la piña colada y la fiesta de la espuma. Y es que hay que darse prisa en disfrutar, porque el mundo se acaba en 2012, según decían los mayas, o al menos eso asegura un conocido best seller del que cualquier día harán una película a mayor gloria del pensamiento débil.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Un amigo que se fue

Seríamos más indulgentes con tantas personas que nos rodean si por arte de magia pudiéramos asomarnos al tiempo en que fueron niños alguna vez. Cuando nos encontramos con los amigos y compañeros del colegio, de pronto nos sentimos íntimamente comprendidos antes de empezar a hablar. No vemos, quizá, a ese señor calvo que nos contempla sonriente, sino al niño travieso que fue alguna vez igual que nosotros.
Esta semana he abandonado el blog, debido al dolor que me ha producido la trágica noticia de la muerte de un amigo y compañero de toda la vida. Javier tenía el mismo nombre que yo. Los dos nacimos en Cádiz y por nosotros corría sangre navarra, habíamos estudiado en los mismos colegios y en la misma universidad, nos casamos casi a la vez y tuvimos el mismo número de hijos, cinco, para colmo repartidos en edades muy parecidas. Aparentábamos caracteres muy distintos: él era un hombre excelente, inquieto y vitalísimo, dotado, además, de una guasa gaditana explosiva y carnavalera. Fue siempre un enorme aficionado a toda clase de deportes, y también al mar y, ay, a la montaña. Pese a las diferencias, creo que siempre nos sentimos muy cercanos el uno del otro, no sólo por las afinidades que ya conté, sino, sobre todo, porque compartimos esos años infantiles, tan entrañables, tan lejanos, tan eternos que se dijeran suspendidos fuera del tiempo.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Sábado, de Ian Mac Ewan


Tengo que agradecer a las pésimas películas que pasaban en el avión de Air Europa, el que me sumergiera en el libro que me había llevado para el viaje a México. Hacía tiempo que una novela no me interesaba tanto. Me leí de cabo a rabo Sábado de Ian Mac Ewan en el trayecto de ida.
Y eso que la historia no era muy animante de entrada. El protagonista se despierta una fría madrugada de Londres y contempla atónito desde la ventana de su dormitorio cómo un avión se precipita envuelto en llamas sobre el aeropuerto de Heathrow. No, no me encontraba entonces en la mejor de las situaciones -un vuelo transatlántico de diez horas-, para que me contaran cosas de ese estilo. Sin embargo, la fuerza de la prosa de Mac Ewan es tal que me cautivó enseguida la historia de ese neurocirujano que se levanta temprano para vivir un sábado rutinario de su vida burguesa y feliz. El protagonista es un hombre de mediana edad, de buen pasar, enamorado de su esposa y orgulloso de sus dos hijos que son, lo que hoy podría decirse, "buenos chicos". A simple vista se trataría de seguir la plantilla inugurada por Joyce en su Ulises: la narración de un día normal a través de los ojos de un individuo común. Hay, además, algún que otro guiño joyciano, pero Mac Ewan escribe para otra época. Ni pretende experimentar con el lenguaje ni su historia se disuelve en la banalidad voluntaria de Joyce.
Para empezar, un trasfondo distinto: es el año 2003 y las manifestaciones antibelicistas llenan el centro de Londres. Como Sábado no es una novela simplona, esquiva los lugares comunes sobre la guerra de Irak y manifiesta la perplejidad ante un problema que supera los razonamientos maniqueos. Por otro lado, a Mac Ewan le importan sobre todo otros problemas. El doctor Perowne verá su vida bruscamente amenazada por un par de hechos inesperados. No quiero desvelar detalles, pero es imposible no admirar la capacidad del autor para meter el acelerador de pronto y convertir el texto en un thriller que tiene para colmo un cierto aliento poético.
Quizá algunos se desalienten con la abundancia de términos médicos con los que se bombardea al lector. Para explicarme el caso, he pensado que Mac Ewan, además de hacer un loable esfuerzo de documentación, trata de mostrarnos el mundo con la lente de un racionalista nato, un hombre guiado por el materialismo más obvio. Pero eso no quiere decir que el texto tome un partido claro por esta opción o por otra cualquiera. En realidad, estamos ante una novela que no ofrece por sí misma explicaciones rotundas. Podemos creer en lo que piensa el protagonista, pero también es fácil que nos distanciemos de él.
Y, por último, el título: Sábado, el día previo al domingo. ¿Cómo no pensar que esta novela sometida al pulso de las horas de un único día, no es también una reflexión sobre el tiempo que le queda a cada uno de nosotros, antes de que llegue el domingo definitivo?

La Gorgona



Es un poco raro todo este cuento de la Gorgona. Según me han informado, el monstruo de ojos de sirena y cabellos de serpientes es capaz de convertir a un hombre en estatua de piedra sólo con mirarlo. Por el camino he podido comprobar con horror la verdad de los hechos. Decenas de cuerpos inmóviles se repartían a uno y otro lado del sendero, con sus posturas patéticas y los ojos abiertos, fijos en la nada eterna. Pero, cuando he llegado al final de mi viaje, me he dado cuenta de que esto no puede ser completamente cierto: cómo va a serlo si estoy detenido aquí y ahora, maravillado ante tanta belleza.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Fogonazos de viaje

Un libro cerrado es tan innecesario como una lata vacía de cerveza o un zapato suelto. No dice nada, no sirve para nada. Casi podría decirse que no existe. Un libro es lo que es cuando lo abrimos y empieza a existir dentro de nuestra mente.

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Una suerte enorme: intentar ser generoso, y tener amigos que te ganen en generosidad.


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Corremos todo el día superados por la vida, pero eso significa que tenemos ganas de estar vivos.

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Falsedad del escritor nihilista: se queja de la vida hasta la muerte, pero él se agarra a la vida cada vez que escribe.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Nacionalismos

Esta cita de Canetti:

Hay que tomarse el trabajo de definir lo específicamente propio en el caso de cada nación. Hay que mantenerse al margen, sin someterse a ninguna, pero interesándose sincera y profundamente por todas. Hay que dejar que cada una de ellas florezca espiritualmente en uno mismo, como si de verdad estuviéramos condenados a pertenecerle durante buena parte de nuestra vida. Pero no hay que pertenecer a ninguna hasta el punto de quedar sometido a ella a costa de todas las restantes.

Son las palabras de un judío errante, con muchas patrias dentro de sí: el sefardí, el búlgaro, el alemán, el austriaco, el inglés... y el israelita, por supuesto. Todo eso era Elias Canetti (su apellido venía del español Cañete). No es el caso de la mayoría de nosotros, pero no estaría mal como antídoto por si de vez en cuando nos asalta la tentación nacionalista.

martes, 17 de noviembre de 2009

Los tacos

Decir tacos en México es, por supuesto, hablar de comida. Pero no siempre. El lunes los invitados del congreso fuimos a comer a una hacienda maravillosa, San Pedro Ochil, en las afueras de Mérida. Después de despachar una sopa de lima y unos panuchos, la gente estaba ya medio contenta y empezamos a departir sobre las muchas diferencias que existen entre los pueblos hispanos. En la mesa sonaban acentos procedentes de México, Argentina, Chile y España, únicamente representada por mí. Una colega chilena me dijo : "Javier, vosotros los españoles sois muy mal hablados". Verdad absolutamente irrefutable y que no pude negar. Este asunto de las palabrotas es casi un signo identitario nacional, y así lo debieron de entender don Américo Castro y don Claudio Sánchez Albornoz cuando se peleaban por el origen de las esencias españolas, y uno situaban el origen de nuestra nacionalidad en los árabes (que maldicen muchísimo) y el otro replicaba que hay testimonios más antiguos donde se veía lo burros y lo mal educados que eran los visigodos.
Proferir demasiadas palabrotas tiene el problema de que éstas acaban por no significar nada. Pierden su agresividad las palabras, son sonidos huecos, vacíos. A esto se refieren los filólogos cuando dictaminan que el lenguaje en España se empobrece. En cambio, acá, en América, qué fuerza tan enorme tienen las palabras. Y por eso cuento lo que a continuación se leerá.
Al anochecer me fui a pasear a la plaza de la catedral, ya en Mérida. Como era fiesta nacional, había mucha gente. Unas indias extendían la mano desde el suelo, pero yo, lo siento, me fijé en el color maravilloso de sus vestidos. Otro individuo paseaba con una rata en la mano, pero no estoy seguro de que estuviera viva, por lo quieta que estaba. En el centro de la plaza había puestos ambulantes; el problema era identificar los nombres ininteligibles de las comidas que anunciaban.
Y de pronto me acuerdo de que en un callejón había visto el día anterior una tienda de ropa local que podría interesarme. Me acerco hasta allá, pero un individuo me empieza a perseguir para que le compre una caja de habanos.
-Eh, míster, amigo, tengo acá tabaco bueno, tabaco bueno para usted.
-Déjeme en paz.
Cuando ve que me dirijo a la tienda, cambia de tema, pero me sigue perseverante:
-Acá, amigo, museo de la ropa, tienda maya.
Y así continúa hasta la puerta abierta del local, muy pegado al gringo que se cree que soy yo. Para colmo, extiende la mano mostrándome el camino como si yo fuera imbécil. Y en ese momento, cuando veo al dueño que se me acerca obsequioso, digo en voz alta para que me oigan los dos:
-Esta no es la tienda que yo buscaba. Lo siento.
Y me doy la vuelta a toda velocidad. Todavía entonces escucho una voz bien llenecita de rabia:
-¡Hijo de la chingada!


Ahora en México

Los buenos relatos de viajes dicen más de quien cuenta el viaje que de los lugares por donde pasa (y los malos también). Digo esto porque, ahora que estoy en Mérida (Yucatán, México), debo andarme con cuidado con lo que pienso y escribo. Todo lo que me llama la atención quizá no sea tan interesante o sorprendente por sí mismo, sino que se debe a que soy yo quien se está retratando cuando me admiro ante una ruina maya, una hacienda colonial, los colores de un huipil o unas palabras que escucho por la calle, sí, sobre todo, unas palabras.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Demasiadas citas

A veces me parece que no escribo con suficientes citas. Y no hablo del facilismo que supone hoy en día tener a mano un repertorio de frases brillantes al alcance de un clic (por cierto, nunca la erudición ha estado tan cerca de todos en una época de tanta ignorancia). No: hablo más bien de otra cosa. No se trata de defender la pedantería, sino más bien de pensar que la cita es el reconocimiento de una deuda intelectual hacia alguien que te ha descubierto un rinconcito de luz. Citar es una forma del agradecimiento.
Ahora bien, mi desazón viene después de haber terminado El arte de la distorsiónde Juan Gabriel Vásquez, una recomendable colección de ensayos literarios en la que el autor va cosiendo ideas propias con una selección de citas ajenas de lo más atractivas. Para citar a los demás, hay que saber leer y elegir el brillo en medio de la ganga. Vásquez sabe leer bien, cosa que no está al alcance de cualquiera. En su libro, por ejemplo, he encontrado una cita preciosa de Ribeyro que a mí me había pasado desapercibida: Escribir es inventar a un autor a la medida de nuestro gusto. Una idea profunda apenas condensada en diez palabras.
Qué poco habré aprovechado en mis lecturas ribeyrianas, pienso. De todas formas, para consolarme un poco, se me ocurre también que uno, cuando lee, encuentra lo que necesita en aquel momento y, si no sentimos el fogonazo al pasar las páginas de un libro, es porque esas palabras no estaban destinadas a nosotros. Además, en este mundo hay demasiadas citas. ¿Para qué tantas? Los ordenadores están repletos de información pero no saben qué hacer con ellas. Quizá sería mejor vivir con unas pocas citas y aplicarlas cuando conviene. No por mucha información vamos a ser más sabios. Como dice T.S. Eliot:


Where is the wisdom we have lost in knowledge?
Where is the knowledge we have lost in information?


¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido en información?


Y ya sé que he vuelto a caer en la manía de la cita, pero es que ésta es muy buena.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Una visita al museo



Este objeto que aquí vemos tuvo gran importancia como difusor de información hasta las primeras décadas del siglo XXI. A pesar de las apariencias, su manejo resultaba bastante fácil y cómodo, pues su modo de acceso era el siguiente: tomando cada uno de los dos lados, algo más gruesos que el centro del objeto según se puede observar, se tiraba desde el centro hacia los extremos, de forma que se abría el interior, formado por papeles también llamados páginas. Cada una de ellas mostraba una serie de signos que el usuario podía descifrar a su gusto. Sabemos que llegó a haber alguno tan diestro en este curioso tipo de entretenimiento que llegaba a servirse de él hasta cuatro o cinco horas sin parar. No conviene, por tanto, ignorar la trascendencia de tan interesante invención. Aunque en sus últimos tiempos de vida muchos clientes potenciales desecharon su práctica por fatigosa e ineficaz, durante el período de esplendor de este objeto, es decir, más o menos entre los siglos XV y XX, llegó a ser muy valorado. De hecho, a veces se regalaba con motivo de cumpleaños o fiestas de cierta importancia.

martes, 10 de noviembre de 2009

Adornos navideños

Un tópico del tiempo que se nos aproxima es la tristeza, más aún, la depresión que le producen a algunos individuos las Navidades. A mí esa melancolía me parece muy comprensible: las Navidades son las fiestas de la alegría por excelencia, pero no hay mayor pesadumbre que la de quien tiene al lado a alguien tocando la zambomba. Las fiestas no sólo afectan a los ateos militantes; cualquier persona puede sentir con más intensidad la pérdida de un ser querido el 25 de diciembre. En fin, seguramente es una paradoja de la alegría humana: que siempre convive con la tristeza.
A mí, gracias a Dios, todavía las Navidades me iluminan el ánimo. En cambio, lo que me hunde es el tiempo previo, que no se vive precisamente como adventicio. Van llegando a casa los primeros folletos de compras navideñas. Y se nota en el ambiente un cierto nerviosismo ahora que ha empezado el mal tiempo. ¿Por qué no llega de una vez la Navidad?, te dicen. Pero no. Estamos todavía en la primera quincena de noviembre. Queda más de un mes, piensas resignado. Sin embargo, al Corte Inglés parece que le da igual este molesto detalle porque su catálogo viene cargadito de propuestas para las próximas Navidades: adornos floridos, belenes étnicos y nuevas bolitas para el árbol. Enseguida los vecinos montarán el árbol a la puerta de su casa y, lo que es más preocupante, lo forrarán de luces para que la discoteca reluzca en todo su esplendor. Es curioso que tanta gente llene sus casas de referencias a una fiesta que cada día viven y conocen menos. Tanto llenado para tanto vacío.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Despistes y franquicias

Ayer hice la compra del Día y, como siempre, me olvidé de algo, creo que del pegamento. El despiste es una señal que se imprime en el alma como un sello lacrado: te lo imponen desde la infancia y ya no hay forma de que te lo quites nunca jamás. "Javierito es muh lihto, pero muh dehpihtao", decía mi abuelita, y aquellas palabras eran una prueba de que, en medio del alzheimer, tenía por lo menos un cincuenta por ciento de aciertos. Para consolarme, me digo que los despistes, si no son prueba de sabiduría práctica, al menos suelen ser indicio de algún otro tipo de conocimiento... "Ah, esa manía incorregible de estar siempre pensando en otra cosa. Y todo es siempre otra cosa, secreto de la poesía", escribía, sabio una vez más, Mario Quintana. Sí, es verdad que gracias a la poesía puedes pensar que una cosa llegue a ser otra: el ruiseñor es un ramillete de plumas, los rinocerontes son como carros de combate y el cielo se prolonga de paloma en paloma. En fin: una manera nueva y distinta de mirar el mundo, una forma de amar la vida.
Pero seguramente los poetas son despistados. Siempre lo han sido. Por culpa de ir por la vida tejiendo palabras, se les olvida pensar en la realidad inmediata. Recuerdo hace muchos años una conferencia de Francisco Brines en la que éste contaba que una vez iba concibiendo un poema mientras conducía y de pronto se saltó un stop: por poco se mata. Desde entonces, aseguraba muy serio, jamás pensaba en sus versos cuando iba al volante. La relación de los poetas con la conducción automovilística suele ser más bien regular y, sin duda, hay que atribuirla a este rasgo fundamental de su carácter que, curiosamente, ha sido silenciado o ignorado durante mucho tiempo. No hay por qué extrañarse: el poeta moderno tiene un punto de soberbia superior a la media de los humanos, que ya es decir, y por eso no le gusta reconocer un defecto tan risible. Fernando Pessoa escribió uno de sus mejores poemas, "Al volante por la carretera de Sintra", y eso que le daba pánico conducir. No me vale la excusa de que lo firmase con el heterónimo de Álvaro de Campos. Todo el mundo sabía que era él quien lo escribía.
Antes he adjetivado con toda intención que son los poetas modernos quienes más tirria le tienen a reconocer este tipo de carencias tan menores, tan humanas. Y es lógico, porque la poesía occidental desde Victor Hugo está llena de genios y titanes visionarios, al menos sobre el papel. Voces que proceden de regiones desconocidas susurran o resuenan con un tono profético, oracular. "Yo sé un himno gigante y extraño", asegura Bécquer. Y "yo sé los nombres extraños/ de las yerbas y las flores", le replica Martí. Ya en pleno siglo XX Eliot, Pound, Valéry, Juan Ramón, Rilke y tantos otros indagan en la palabra como revelación de un mensaje válido para las generaciones presentes y del porvenir. Neruda, el más ególatra de todos, se sube a las alturas de Machu Picchu y proclama: "Yo vengo a cantar por vuestra boca muerta". Toma ya, ahí queda eso: cualquiera le dice a Neruda en ese momento que se ha dejado la agenda en el coche.
Ahora ya vivimos en un nuevo milenio y quizá nos sentimos menos seguros. Por eso a mí me gustaría que se hablase más del tema que ya intuyó Quintana y que seguramente es más poético de lo que parece. El problema -ya lo decía Rilke- no son los temas, sino la forma con que los tratamos. A lo mejor algo tan aparentemente trivial como el despiste puede dar mucho de sí. Desde luego quien lo supo poetizar con humor y sabiduría fue José Antonio Muñoz Rojas. Dedicó un libro completo a la cuestión, Objetos perdidos (1997), y allí nos dejó versos admirables ("Señor, que me has perdido las gafas,/ por qué no me las encuentras?"; "Nada se pierde dentro, todo queda"; Dónde puede dejarse el alma, dónde?"). Por eso lo mejor será finalizar con un poema suyo, entero, antes de que se me olvide:

Siempre. No digas siempre,
o si lo dices, dilo con un beso
y será siempre para siempre.
Caminando y perdiéndome
en busca siempre de ese siempre,
que cuando llego ya se ha ido.
Y me quedo sin siempre para siempre.




sábado, 7 de noviembre de 2009

La cultura domesticada

El otro día, todavía en Uruguay, leía yo un gran cartel encima del Teatro Solís: "Onetti es Montevideo". Las letras y la estética del anuncio recordaban, curiosamente, a las portadas de Alfaguara. Se trataba, supongo, de vender la obra de Onetti aprovechando su centenario. Son cosas que pasan cuando toca y uno no debiera darles mayor importancia, pero, ¿cómo no pensar en la cara que pondría Onetti, creador de la ficticia ciudad de Santa María, una ciudad imaginada para no tener que volver a hablar nunca más de su Montevideo natal? Montevideo aparece poco y mal en la obra de Onetti: que yo recuerde, está en su primera nouvelle, El pozo, y en un puñado de cuentos. Más tarde, ya maduro, inventará Santa María, que no es sólo Montevideo, sino una síntesis de las poblaciones del litoral rioplatense. Y el lugar es inmundo y provinciano.
Este tipo de peajes son los que hay que pagar cuando se trata de vender como sea a una gloria local. En Navarra, hace pocos años, se celebraba el centenario de San Francisco Javier. Recuerdo que en un reportaje televisivo se habló del patrón católico de las misiones como un hombre de "una curiosidad infatigable" que "tendió puente entre los dos mundos". Como no había manera de dar una imagen "actual" de Xavier se recurrió a su transformación en una especie de turista postmoderno. Y aquí es cuando el nihilista uruguayo y el santo navarro se concilian. Los dos traen un mensaje perturbador que no hay forma de que encaje en los discursos anestesiantes a la carta. Onetti dice: "El mundo es una porquería, pero yo sólo me salvo gracias a la escritura". San Francisco Javier dice: "El mundo es una porquería, pero somos hijos de Dios y nos salvamos por la fe en Jesucristo". En ambos casos manejan palabras fuertes, difíciles de asumir con el lenguaje de vendedores que practican los políticos, las grandes editoriales y todos aquellos que desean controlar el mundo libre de la cultura.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Mi viejo teléfono móvil


Como todos se pudieron dar cuenta, ayer anuncié la aparición de un teléfono móvil totalmente apócrifo. Tengo que confesar humildemente que nunca he sentido la menor emoción por las nuevas tecnologías. Siempre fui retrógrado en esta materia. Desde pequeñito, cuando inventaron el cassette, a mí me siguieron gustando los discos de vinilo. Después, me resistí con tanta seguridad como escasa inteligencia a los cajeros automáticos, la informática y la música envasada en cds, ipods, mps, etc. Tuve que ceder en todo y, al final, también al teléfono móvil. Y ahora, éste que presento orgulloso en la foto es el mío. Entre mis hijos y yo le hemos dado tantos golpes y disgustos que ya no se le ve ni la marca.
Durante un tiempo le dí la importancia que merecía, o sea, ninguna. Pero una noche, en una cena con otros matrimonios, los caballeros se lanzaron a hablar de sus temas favoritos: esto es, a enseñar sus nuevos móviles ultrasónicos. Y el que más llamó la atención fue el mío. "Tiene un aspecto no sé... como bohemio", me dijo un amigo. Así que ahora resulta que tengo un móvil muy cool, lo que es el colmo de la sofisticación, porque el pobre no pasa de ser un viejo cutre sometido a un acoso y una violencia doméstica totalmente abusivos. También es verdad que en el reino de las modas hemos visto cómo se han ido imponiendo las arrugas, las rayas, los costurones, los agujeros y los rotos diversos. Y ahora pienso que, quién sabe, a lo mejor esta estética rompedora aún no ha llegado al mundo del móvil. A lo mejor resulta que mi teléfono está, sin darse cuenta, marcando tendencias, qué emoción, y por ahí aparecen nuevos móviles bien machacaditos de fábrica como el mío. Por si acaso esto llega a ser verdad voy a ver si se me cae de nuevo al suelo y gana todavía más en prestancia con el castañazo.

¡Un nuevo teléfono móvil!

Presentado en la última feria informática de Nueva York, el nuevo teléfono móvil Golden Apple Substraction amenaza convertirse en la nueva revolución tecnológica del mercado. Además de poseer un diseño elegante y realizar las operaciones convencionales (llamadas, internet, televisión, GPS, etc.), el aparato contiene un programa que permite eliminar información de la Red de forma responsable. Todos estamos de acuerdo en los múltiples peligros que acechan con la nueva era global, entre otros la sobreabundancia de información. Ahora los millones de datos innecesarios e inútiles que circulan a diario podrán ser reducidos a la nada mediante la acción de la comunidad democrática de los usuarios. Este nuevo programa está llamado a restituir el orden en la galaxia informática y, de paso, a anunciar adelantos inimaginables hasta el momento. ¿Que quiere usted arreglar el mundo de forma fácil y rápida? Pues sólo tiene que hacer desaparecer sus problemas mediante un doble click. El sistema es muy sencillo y fácil de usar. Si, por poner un ejemplo, el usuario desea acabar con los problemas de África, sólo tiene que desplazar el icono del continente a la papelera y darle a “Eliminar”. De forma inmediata no sólo desaparecerán de la Red las famélicas capitales, las selvas exuberantes, las escasas industrias, las sabanas turísticas y los desiertos insondables, sino también el hambre, el analfabetismo, la prostitución, la desnutrición infantil, la miseria, el SIDA… Las posibilidades que ofrece el nuevo programa son, como se ve, deslumbrantes. Países enteros del Tercer Mundo aguardan ansiosos la pronta y segura desaparición virtual de sus plagas endémicas. Líderes de todo el mundo (e incluso de la ONU) han destacado el poder de las nuevas tecnologías al servicio del desarrollo. Éste es, sin duda, el hallazgo más poderoso de la era informática: Por eso está causando sensación ya en las tiendas pioneras que se han lanzado a su distribución. A la venta por sólo 150 euros (impuestos incluidos).

Nota: El programa Apple Substraction está diseñado bajo licencia de los principales organismos internacionales que velan por su utilización razonable de forma que no se permita la destrucción de datos relevantes para el progreso mundial.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Denominación de origen

Qué fea, pero qué fea, es la palabra "blog". Conscientes del desatino cacofónico, algunos la han sustituido por "bitácora", que tiene, para mí, el inconveniente contrario: es demasiado bonita. Además, de "blog" se deriva "bloguero", resultado espantoso, pero de "bitacora" sólo puede salir "bitacorero", que no es sólo feo, sino también inverosímil.
El ingenio de otros ha encontrado soluciones para este nuevo género de escritura. Enrique G-M inventó el blogg, que es un reto a los puristas, además de un guiño chestertoniano. Ridao, con quien coincido en su entrada de ayer, propone divertidas bloguerías y llama chops a los comentarios de sus seguidores. Y Javier Sánchez Menéndez se apunta a los álogos. No sigo porque tendría que estar viajando eternamente como la nave de Star Trek por toda la galaxia cibernética en busca de neologismos.
A mí tantas palabras nuevas me dan un poco de vértigo. Entré en el mundo del blog (ay, no se me ocurre otra forma de llamarlo) porque siempre intuí que escribir no debía de ser una tarea solitaria, sino más bien un desafío y una conversación con alguien que está a tu lado de forma secreta. La técnica ha conseguido el milagro de esos lectores inmediatos. Y ahora veo que sí, que es posible: escribir es un paseo compartido por las palabras o, como dice Muñoz Rojas, es el andar del alma.

martes, 3 de noviembre de 2009

Idea Vilariño



Entre los hallazgos que me he traído de Monteviedo, junto a los alfajores de la pastelería Bretagne y una primera edición del Descenso y ascenso del alma por la Belleza de Marechal, está la obra de Idea Vilariño, una gran poeta desaparecida hace unos meses (1920-2009). Nacida y criada en una familia anarquista, formada en el existencialismo más narcisista y la izquierda revolucionaria, amante legendaria de Juan Carlos Onetti (con lo feo que era)... no son muchos títulos para que me interesara demasiado. Pero por encima de todo, atropellando prejuicios y malentendidos, está el valor de la poesía por sí misma:

Yo quisiera llorando
decírtelo
mostrarte
decirte destrucción
y que tú me entendieras
o decirte se fue
el verano se fue
o decirte
no te amo
y que tú me entendieras.

Idea Vilariño es dueña de un verso seco y cortante, duro y medido. Sus mejores poemas se empapan de una fuerza que dan el cariño o la desesperación ante la experiencia amorosa y el miedo ante la inmensidad de la muerte. Su tono inmediato y directo ha permitido que sea una autora leída y reconocida por muchos en Uruguay, el país que también alumbró a Benedetti. Pero a mí Vilariño me parece muy superior, más sutil en su poesía erótica, más honda en sus reflexiones e, incluso, más universal cuando habla de política. A lo mejor por eso y por otras razones (Vilariño mantuvo un perfil discreto a lo largo de su vida), su voz no ha trascendido lo que debiera. Da igual. Quien escribió versos como éstos puede permitirse el lujo de ignorar muchas cosas insignificantes:

Entonces soy los pinos
soy la arena caliente
soy una brisa suave
un pájaro liviano delirando en el aire
o soy la mar golpeando en la noche
soy la noche.

Entonces no soy nadie

domingo, 1 de noviembre de 2009

Paseo plural y laicista

A primera hora de la la mañana, agradable paseo por la larguísima Rambla de Montevideo. A un costado, este mar sin orillas que es el Río de la Plata. Al otro, edificios modernos y estatuas a cada rato. Estatuas de Confucio, de Sócrates y hasta de Yemanyá, divinidad yoruba. La Rambla es tan larga que recibe distintos nombres en cada tramo. A mí me ha tocado la Rambla Mahatma Gandhi. Y siguen las estatuas: creo divisar una de Tolstoy, a lo lejos. Pero puede que me confunda con otra que he encontrado de él por la ciudad. De pronto, en un banco leo una pintada extraoficial: "Jesús te ama". Tendríamos que traer a Zapatero a que diese muchas carreritas por la Rambla, qué contento se pondría, pobriño mío.

¿De qué parte de España sos?

Son absolutamente educados y encantadores, pero hay, por lo menos, un cincuenta por ciento de posibilidades de que te escuche un taxista, un camarero o una señora que pasea por la plaza, y que cualquiera de ellos te pregunte:
-¿De qué parte de España sos?
Y, lo siento, sé que está muy mal, pero hay veces que me puede mi sangre navarra y no me apetece hablar porque estoy cansado, tengo prisa o simplemente no me da la gana. En Buenos Aires fui a comprar tabaco para un necesitado amigo argentino en España y traté de decir casi en un susurro:
-¿Tiene tal marca, por favor?
El kioskero no se dio por aludido (sería de origen italiano) y me extendió lo que yo le pedía, con lo que suspiré aliviado, pero enseguida escuché una voz ronca por detrás:
-¿De qué parte de España sos?
Zas, ya me habían descubierto. Me dí la vuelta y ya no escuché, sino que olfateé un fuerte perfume a alcohol. El borracho me repitió la pregunta:
-¿De qué parte de España sos?
Cuando estoy de buen humor contesto que de Cádiz.
-De Pamplona.
-¡Pamploooona! Yo estuve en Pamplona - y aquí se puso a canturrear: "U-no-de-ene-ro, dos-de-fe-bre-ro, eeeeh, tres... de ju-lio... ¡San Fermín!
Al llegar a Montevideo decidí que había que sustituir las medias verdades por mentiras completas, a fin de cortar futuras explicaciones sobre la geografía y las costumbres de mi interesante país. Me subí a un taxi y solté en un acento lo más neutro posible el lugar de destino al que quería llegar. Pero mi destino era otro. El taxista arrancó y luego me dijo:
-¿De qué parte de España sos?
-De Teruel, soy de Teruel.
-¿¿¿De Teruel? ¿Pero qué jamoooones en Teruel! Yo tengo amigos en Teruel....
Sí, en ese momento comprobé que Teruel también existe.